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sábado, 4 de julio de 2009
Series españolas
Más de ventiun mil visitas, sólamente en los blogs que conocéis. He tenido otros tres. Incontables lecturas en otros enlaces a lo largo de más de tres años. Toda una vida virtual que casi nadie conoce y que no me aporta nada visible. A menudo pienso que estoy perdiendo el tiempo.
Con las series de televisión ocurre algo parecido a lo del cine español. Sin embargo, hay algunas, como Cuéntame que se han ganado cada euro invertido en ellas. Pero el problema en este caso son las series que llaman "juveniles" y, en tiempos, hubieran necesitado la calificación moral S. Pero además las emiten en horario de máxima audiencia y las ven niños. La culpa, por supuesto, es de esos padres que ponen una televisión en el cuarto de sus hijos y se despreocupan de lo que ven. Para colmo, series como "física y química" o "sin tetas..." se exportan a muchos países de Iberoamérica, de manera que afectan a millones de jóvenes.
Es el paraíso de los contravalores, donde chicos recién salidos de la pubertad se dedican a experimentar con alcohol, drogas y sexo, incluso con adultos, rozando los límites de la legalidad. Además, en estas series los padres representan la figura autoritaria, represora, incapaz de razonar o comprender a los jóvenes. O también están los padres "colegas" que no opinan sobre la vida de sus hijos, porque ellos tienen mucho más que ocultar todavía. En resumen, estas series son un ataque deliberado contra la familia. Por desgracia, los adolescentes son enormemente manipulables y, sin asesoramiento de adultos, aceptan cualquier situación como algo natural.
Así, llegan a creer que lo normal en un niño es mantener relaciones sexuales con los compañeros de clase, emborracharse, mentir, hacer trampas, no estudiar y pegarse con cualquiera. Más que chicos de instituto parecen delincuentes juveniles de correccional de menores. Como el tiempo pone las cosas en su lugar, ya estamos empezando a ver las consecuencias de esta política; y los primeros perjudicados de este juego son los propios padres de los niños. Ésta es la imagen de España que se vende en el extranjero, y luego nos extrañamos de que no nos tomen en serio.
Con las series de televisión ocurre algo parecido a lo del cine español. Sin embargo, hay algunas, como Cuéntame que se han ganado cada euro invertido en ellas. Pero el problema en este caso son las series que llaman "juveniles" y, en tiempos, hubieran necesitado la calificación moral S. Pero además las emiten en horario de máxima audiencia y las ven niños. La culpa, por supuesto, es de esos padres que ponen una televisión en el cuarto de sus hijos y se despreocupan de lo que ven. Para colmo, series como "física y química" o "sin tetas..." se exportan a muchos países de Iberoamérica, de manera que afectan a millones de jóvenes.
Es el paraíso de los contravalores, donde chicos recién salidos de la pubertad se dedican a experimentar con alcohol, drogas y sexo, incluso con adultos, rozando los límites de la legalidad. Además, en estas series los padres representan la figura autoritaria, represora, incapaz de razonar o comprender a los jóvenes. O también están los padres "colegas" que no opinan sobre la vida de sus hijos, porque ellos tienen mucho más que ocultar todavía. En resumen, estas series son un ataque deliberado contra la familia. Por desgracia, los adolescentes son enormemente manipulables y, sin asesoramiento de adultos, aceptan cualquier situación como algo natural.
Así, llegan a creer que lo normal en un niño es mantener relaciones sexuales con los compañeros de clase, emborracharse, mentir, hacer trampas, no estudiar y pegarse con cualquiera. Más que chicos de instituto parecen delincuentes juveniles de correccional de menores. Como el tiempo pone las cosas en su lugar, ya estamos empezando a ver las consecuencias de esta política; y los primeros perjudicados de este juego son los propios padres de los niños. Ésta es la imagen de España que se vende en el extranjero, y luego nos extrañamos de que no nos tomen en serio.
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domingo, 15 de marzo de 2009
Años ochenta
Tengo cuarenta y tres años. Eso significa que en el año 1975 yo tenía nueve años, mi hermano mayor diecinueve. Aquello fue una explosión de libertad en todos los campos, con sólo una pequeña diferencia: que habíamos recibido una educación muy completa. Quien diga que estábamos reprimidos o que no sabíamos lo que queríamos, se equivoca. Hicimos lo que quisimos y, el que no hizo más, fue porque no quiso. Simplemente éramos más maduros.
Ahora es fácil hablar del pasado a las personas que no lo vivieron. Es muy cómodo culpar a nuestros padres, maestros o gobernantes de aquello que no nos atrevimos a vivir. Cuando alguien tiene personalidad y carácter, no hay sociedad que lo frene. Comprendo que se pueda engañar a los menores de treinta años, pero "yo estuve allí". Ya escribí un post con ese título en otro blog. El ambiente opresivo, la moralidad estricta, supongo que existió unas décadas antes, pero no desde que yo recuerdo.
Ni mis padres mi obligaban a ir a misa, ni las monjas se metían en nuestra vida privada. Fumábamos y bebíamos en edades que ahora no son legales, teóricamente, pero lo hacíamos con un sentido de responsabilidad que ahora no existe. Teníamos muy clara la importancia de los estudios o el trabajo. Teníamos una cultura del respeto a los mayores y de protección a la mujer, que se ha perdido. Pero eso no significa que no pudiéramos llegar tan lejos como cada uno quisiera. La prueba está por desgracia en todos los que se quedaron en el camino.
El dichoso victimismo. Estar a estas alturas de la película echando la culpa de nuestros traumas a maestros más o menos simpáticos, a sacerdotes más o menos acertados... No eran más que personas. Quien no vivió esos años a tope, no fue porque no tuviera todas las oportunidades y, lo que es más importante, toda la información necesaria para no correr riesgos excesivos. Algunos tuvieron más suerte que otros. Me molesta cuando algunos utilizan la excusa de la represión que sufrieron, para justificar que ahora sean incapaces de poner límites, de respetar a los demás o de ser felices.
Ahora es fácil hablar del pasado a las personas que no lo vivieron. Es muy cómodo culpar a nuestros padres, maestros o gobernantes de aquello que no nos atrevimos a vivir. Cuando alguien tiene personalidad y carácter, no hay sociedad que lo frene. Comprendo que se pueda engañar a los menores de treinta años, pero "yo estuve allí". Ya escribí un post con ese título en otro blog. El ambiente opresivo, la moralidad estricta, supongo que existió unas décadas antes, pero no desde que yo recuerdo.
Ni mis padres mi obligaban a ir a misa, ni las monjas se metían en nuestra vida privada. Fumábamos y bebíamos en edades que ahora no son legales, teóricamente, pero lo hacíamos con un sentido de responsabilidad que ahora no existe. Teníamos muy clara la importancia de los estudios o el trabajo. Teníamos una cultura del respeto a los mayores y de protección a la mujer, que se ha perdido. Pero eso no significa que no pudiéramos llegar tan lejos como cada uno quisiera. La prueba está por desgracia en todos los que se quedaron en el camino.
El dichoso victimismo. Estar a estas alturas de la película echando la culpa de nuestros traumas a maestros más o menos simpáticos, a sacerdotes más o menos acertados... No eran más que personas. Quien no vivió esos años a tope, no fue porque no tuviera todas las oportunidades y, lo que es más importante, toda la información necesaria para no correr riesgos excesivos. Algunos tuvieron más suerte que otros. Me molesta cuando algunos utilizan la excusa de la represión que sufrieron, para justificar que ahora sean incapaces de poner límites, de respetar a los demás o de ser felices.
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libertad,
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