sábado, 13 de junio de 2009
Jefes malvados
He leído últimamente quejas respecto de los jefes en el trabajo y de los titulados en general. Es curioso porque está claro que ninguna empresa funcionaría sin tener gente que lleve la dirección. Lo que sucede es que "donde hay patrón, no manda marinero" y "cuando no está el gato, bailan los ratones". Es decir, que un jefe por definición, no puede ser simpático. Amable, sí, educado, por supuesto, pero no debe intimar demasiado con los empleados por razones evidentes, porque "donde hay confianza, da asco".
Es fácil juzgar desde fuera, y yo he sido secretaria y la nueva de la oficina, y me mandaba todo el mundo. Naturalmente que fastidia, pero se supone que las decisiones las toma quien está mejor preparado. Dejando aparte amiguismos y demás, lo normal es que las personas con más preparación y/o experiencia ocupen los puestos de mando. Si se dedican a tratar a los demás como compañeros del mismo nivel, luego no tendrían libertad de acción para ordenarle a alguien que haga un trabajo que no le apetece, o incluso despedirlo si no cumple con su labor.
La vida de un jefe es solitaria. Renuncian a las charlas de cafetería, los cotilleos y la camaradería. Eso también afecta a su carácter. La preocupación naturalmente los vuelve huraños. No es lo mismo ocuparse por tus propias tareas que llevar el peso del éxito o fracaso de un proyecto o un departamento. Así que la próxima vez que penséis que todos los jefes son mala gente, haced la prueba de poneros en su lugar. Lo normal es que les haya costado mucho tiempo y esfuerzo llegar hasta allí. No es tan envidiable tener que mantenerse al margen de amistades en la oficina.
Claro que a nadie nos gusta que nos manden o que alguien tenga mejor nivel de vida que nosotros, pero parte de la maduración de la persona consiste en aceptar la autoridad. Reconocer que alguien está en mejores condiciones para decidir que nosotros, o que sencillamente es el dueño del negocio y por eso manda, produce una serenidad que, desde luego, ayuda a que mejore el ambiente de trabajo y que todo funcione correctamente. Lo contrario es una fuente continua de conflictos y resentimiento.
Es fácil juzgar desde fuera, y yo he sido secretaria y la nueva de la oficina, y me mandaba todo el mundo. Naturalmente que fastidia, pero se supone que las decisiones las toma quien está mejor preparado. Dejando aparte amiguismos y demás, lo normal es que las personas con más preparación y/o experiencia ocupen los puestos de mando. Si se dedican a tratar a los demás como compañeros del mismo nivel, luego no tendrían libertad de acción para ordenarle a alguien que haga un trabajo que no le apetece, o incluso despedirlo si no cumple con su labor.
La vida de un jefe es solitaria. Renuncian a las charlas de cafetería, los cotilleos y la camaradería. Eso también afecta a su carácter. La preocupación naturalmente los vuelve huraños. No es lo mismo ocuparse por tus propias tareas que llevar el peso del éxito o fracaso de un proyecto o un departamento. Así que la próxima vez que penséis que todos los jefes son mala gente, haced la prueba de poneros en su lugar. Lo normal es que les haya costado mucho tiempo y esfuerzo llegar hasta allí. No es tan envidiable tener que mantenerse al margen de amistades en la oficina.
Claro que a nadie nos gusta que nos manden o que alguien tenga mejor nivel de vida que nosotros, pero parte de la maduración de la persona consiste en aceptar la autoridad. Reconocer que alguien está en mejores condiciones para decidir que nosotros, o que sencillamente es el dueño del negocio y por eso manda, produce una serenidad que, desde luego, ayuda a que mejore el ambiente de trabajo y que todo funcione correctamente. Lo contrario es una fuente continua de conflictos y resentimiento.