Y es que ese niño ya no te necesita tanto; ya no eres imprescindible para él. Es su primer día en el exterior y tu primer día sin él, sin sentir sus movimientos y su respiración dentro de ti. La maternidad es la sensación más intensa que se puede tener en la vida. Compensa todos los dolores, la incertidumbre, la preocupación; sólo por esos segundos en los que, por fín, te ponene al bebé sobre tu pecho y sientes, al mismo tiempo, alegría y tristeza, ilusión y miedo.
No hay dolor más grande ni más antinatural que el de perder un hijo. Todos los que han pasado por ello lo aseguran. Pero, sin embargo, ahora se disfruza esa tragedia llamándolo “derechos”; derecho a truncar la vida de un ser humano, solamente porque no podemos verlo. Si estuviera fuera del cuerpo de su madre gozaría de toda la protección de la sociedad.
Una mujer es madre desde el momento en que concibe un hijo. Lo siente en su sangre y en su corazón. Durante nueve meses conviven dos personas en un mismo cuerpo; para luego continuar su camino juntos durante un tiempo más o menos largo. Pero, aunque las circunstancias de la vida pudieran llegar a separarlos, ella siempre será la madre de su hijo, -así como el padre también lo será para siempre-, y ninguna ley humana puede modificar esto.