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miércoles, 6 de abril de 2011
El deber de ser felices
Me ha impresionado la película Encontrarás dragones. Es muy recomendable para cualquiera. Después estuve viendo el programa religioso de la Dos que ponen los domingos y había una entrevista con el cocinero de las Mañanas de la Uno. Resultó ser una persona cristiana muy positiva y se me quedó grabada sobretodo la idea que transmitía de que todos tenemos la obligación de ser felices. Algo que yo, desgraciadamente, no suelo cumplir. Pero, es cierto que nuestro estado de ánimo influye mucho en nuestro entorno y, especialmente, en la familia. Yo lo noto cuando tengo una mala racha, en que mis hijas se ven más decaídas, con menos entusiasmo para ir al colegio, estudiar o, incluso, salir. Y eso me hace sentirme peor, porque sé que es en parte mi culpa, porque yo he creado ese ambiente en la casa.
Aunque no me vea con fuerzas, yo sigo siendo uno de los pilares de esta familia y, cuando yo me vengo abajo, toda la estructura se tambalea. Si además resulta que mi único objetivo en la vida consiste en cuidar de los míos, no tiene sentido que descuide lo más importante, que es su felicidad. Este tema yo creo que los del Opus Dei lo tienen muy logrado. El entusiasmo es su principal característica, por lo que yo he podido ver. Pero, como yo no llego a esos niveles de fe y compromiso, algunos días me siento como si estuviera corriendo una maratón conmigo misma, intentando convencerme de que debo ser feliz aquí y ahora. Es un esfuerzo agotador por momentos. A ratos tiro la toalla, pero la vuelvo a recoger, porque sé que es cierto que todos somos responsables de nuestra felicidad y de la ajena.
Aunque no me vea con fuerzas, yo sigo siendo uno de los pilares de esta familia y, cuando yo me vengo abajo, toda la estructura se tambalea. Si además resulta que mi único objetivo en la vida consiste en cuidar de los míos, no tiene sentido que descuide lo más importante, que es su felicidad. Este tema yo creo que los del Opus Dei lo tienen muy logrado. El entusiasmo es su principal característica, por lo que yo he podido ver. Pero, como yo no llego a esos niveles de fe y compromiso, algunos días me siento como si estuviera corriendo una maratón conmigo misma, intentando convencerme de que debo ser feliz aquí y ahora. Es un esfuerzo agotador por momentos. A ratos tiro la toalla, pero la vuelvo a recoger, porque sé que es cierto que todos somos responsables de nuestra felicidad y de la ajena.
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lunes, 14 de febrero de 2011
Cocinero antes que fraile
Tienen los jóvenes la costumbre de creer que nadie lo ha sido antes. También me pasa a mí cuando voy a misa entre semana y veo a esos señores mayores, bajitos y débiles, y me cuesta creer que hayan sido jóvenes con diez centímetros más, pelo lustroso y musculatura. Sin embargo, es cierto, como que yo también he sido joven hace no mucho tiempo. Por eso decían mis padres: no olvides que yo también he sido cocinero antes que fraile. Es decir, que todos hemos pasado por la edad de la inconsciencia, la rebeldía y los grandes sueños. O al menos, así debería ser, porque los jóvenes actuales no parecen tener muchos horizontes más allá del calimocho. Ya sé que hay honrosas excepciones, pero la verdad es que yo no los veo sacrificando su tiempo al estudio como Ortega y Gasset, por ejemplo.
Se supone que la renovación de las ideas y la ciencia debería estar en manos de las nuevas generaciones. Me temo que no va a ser así, mientras le presten más atención a las videoconsolas que a la realidad. Espero que estemos a tiempo todavía de recuperar ese entusiasmo juvenil, aunque sólo sea para formar nuevas familias que aseguren el relevo generacional. Mientras tanto, habrá que intentar explicarles que los mayores sabemos de lo que hablamos, que todos hemos sido jóvenes y hemos querido cambiar el mundo; pero luego hemos madurado y comprendido que es mejor mantener que destruir; renovar desde dentro con serenidad y sentido común. Y sobretodo, que no puede renegar de su responsabilidad con la sociedad futura, porque algún día estará en sus manos, les guste o no.
Se supone que la renovación de las ideas y la ciencia debería estar en manos de las nuevas generaciones. Me temo que no va a ser así, mientras le presten más atención a las videoconsolas que a la realidad. Espero que estemos a tiempo todavía de recuperar ese entusiasmo juvenil, aunque sólo sea para formar nuevas familias que aseguren el relevo generacional. Mientras tanto, habrá que intentar explicarles que los mayores sabemos de lo que hablamos, que todos hemos sido jóvenes y hemos querido cambiar el mundo; pero luego hemos madurado y comprendido que es mejor mantener que destruir; renovar desde dentro con serenidad y sentido común. Y sobretodo, que no puede renegar de su responsabilidad con la sociedad futura, porque algún día estará en sus manos, les guste o no.
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