Con la fuerza de su propio testimonio Abby Johnson, otrora directora
de un abortorio de Planned Parenthod, muestra que es posible cambiar y
ver la tragedia que siempre es el aborto, si estamos abiertos a la razón
y a la verdad.
REDACCIÓN HO.-
¿Podemos cambiar realmente los corazones y convencer de la tragedia que siempre es el aborto? El
texto que por su gran valor testimonial reproducimos a continuación es
sumamente revelador al respecto. Se trata de un extracto (
ver contenido completo en documento adjunto) del primer capítulo del
libro de Abby Johnson, titulado UnPlanned (
No planificado, que se completa con el DVD
Changing Sides, Cambiando de lado). Quien fuera conocida directora de un abortorio estadounidense ligado a la la multinacional abortista Planned Parenthood, nos ofrece, con la fuerza de los hechos vividos por ella misma, que siempre es posible lograrlo, si se toma partido y se abre la puerta a la razón y a la verdad
.
Cheryl asomó la cabeza en mi oficina. "Abby, necesitan una persona extra en la sala de exámenes. ¿Estás disponible?".
Sorprendida, levanté la mirada de mis papeles. “Claro”.
A pesar de que había
trabajado en Planned Parenthood durante ocho años, nunca se me había
pedido que fuera a la sala de exámenes para ayudar al equipo médico
durante un aborto, y no tenía idea por qué me necesitaban ahora. (...). Como directora de esta clínica en Bryan, Texas, yo
podía reemplazar cualquier puesto en caso de apuro, excepto, por
supuesto, a los doctores o enfermeras que realizan procedimientos
médicos. En algunas ocasiones accedí a la petición de alguna paciente
para estar con ella e incluso tomarle la mano durante el procedimiento,
pero sólo cuando yo había sido su consejera durante su ingreso y
asesoramiento psicológico. No era el caso de hoy. Entonces, ¿por qué me
necesitaban?
El abortista de turno había estado sólo dos o tres veces antes en la clínica Bryan.(...) sólo hacía abortos guiados por ecografías (...) Desde mi punto de vista, mientras más se pudiera hacer para mantener a las mujeres seguras y sanas, mejor. Sin embargo, yo le expliqué que esta práctica no era el protocolo en nuestra clínica. Él aceptó y dijo que respetaría nuestro procedimiento estándar, aunque acordamos que él podría usar el ecógrafo si una situación particular lo ameritaba.
Que yo supiera, nosotros nunca habíamos hecho abortos guiados por ecografías en nuestras instalaciones.
Hacíamos abortos sólo cada tercer sábado, y nuestra afiliada Planned
Parenthood nos estableció como meta realizar 25 a 35 procedimientos en
esos días. Nos gustaba terminar alrededor de las 2 p.m. Nuestro
procedimiento demoraba, normalmente, unos 10 minutos, pero una
ecografía añadía otros cinco, y cuando estás tratando de programar hasta
35 abortos en un día, esos minutos adicionales van sumando.
Por un momento sentí reticencia (..,). Nunca me gustó entrar a esa habitación durante un aborto, nunca me agradó lo que sucedía detrás de esa puerta.
Pero ya que todos teníamos que estar disponibles en cualquier momento
para echar una mano y hacer el trabajo, abrí la puerta y entré.
La paciente ya estaba sedada, aún consciente, pero aturdida,
con la luz brillante del doctor sobre ella. Ella estaba en posición,
los instrumentos estaban oredenadamente dispuestos en la bandeja, al
lado del doctor, y una enfermera estaba ubicando el ecógrafo al lado de
la mesa de operaciones.
“Voy a realizar un aborto guiado por ecógrafo en esta paciente. Te necesito para mantener la sonda del aparato”, me explicó el médico.
Mientras tomaba la sonda del ecógrafo y ajustaba la configuración de la máquina, yo discutía conmigo misma: no quiero estar aquí. No quiero participar en un aborto.(...) Respiré profundo y traté de escuchar la música de la radio, que sonaba suavemente de fondo. "Es una buena experiencia de aprendizaje. Nunca antes he visto un aborto guiado por un ecógrafo, me dije. Tal vez esto me ayude cuando
asesore psicológicamente a las mujeres. Voy a aprender de primera mano
acerca de este procedimiento más seguro. Además, esto terminará en sólo
unos minutos".
No podía imaginar cómo los siguientes 10 minutos sacudirían los cimientos de mis valores y cambiarían el curso de mi vida.
(...) Esperaba ver lo que había visto en ecografías anteriores. (...) Pero esta vez la imagen era completa. Pude ver el perfil completo y perfecto de un bebé.
"Se ve exactamente como a Grace a las 12 semanas", pensé sorprendida, recordando la primera vez que vi a mi hija,
tres años antes, acurrucada y protegida dentro de mi vientre. La imagen
que ahora tenía frente a mí parecía la misma, sólo que más clara y más
nítida. El detalle me sorprendió. Pude ver claramente el perfil de la
cabeza, ambos brazos, las piernas e incluso los pequeñísimos dedos de
las manos y los pies. Perfecta.
Pero igual de rápido, el cálido recuerdo de Grace fue sustituido por una oleada de ansiedad. ¿Qué voy a ver? Se me apretó el estómago. No quiero ver lo que está a punto de suceder.
Supongo que suena raro, viniendo
de una profesional que había dirigido una clínica de Planned Parenthood
por dos años, aconsejando a mujeres en crisis, programando abortos,
revisando los informes de presupuesto mensual de la clínica, contratando
y capacitando personal. (...)
“Trece semanas”, oí decir a la enfermera después de hacer mediciones para determinar la edad del feto.
“Okay”, dijo el doctor mirándome (...)
(...) Mis ojos todavía estaban pegados a
la imagen de este bebé perfectamente formado, cuando vi como una nueva
imagen entraba en la pantalla. La cánula – un instrumento en forma de un tubo delgado unido al extremo del aparato de succión – había sido insertada en el útero y se acercaba al costado del bebé. Se veía como un invasor en la pantalla, fuera de lugar. Malo, esto simplemente se veía como algo malo.
(...) Estaba horrorizada, pero fascinada al mismo tiempo,como
un mirón que reduce la velocidad cuando pasa al lado de un horrible
accidente de tránsito: no queriendo ver un cuerpo destrozado, pero, al
mismo tiempo, mirando.
Mis ojos volaron hacia la cara de la paciente, le corrían las lágrimas. Vi que sentía dolor. La enfermera le secó el rostro con un pañuelo de papel.
(...) “Ya casi termina”, murmuré.
Quería mantenerme concentrada en ella, pero mis ojos saltaron de nuevo a
la imagen en la pantalla.
Al principio, el bebé no parecía notar la cánula. Tocó suavemente el costado del bebé, y por un instante sentí alivio. Por supuesto, pensé. El feto no siente dolor. Yo había tranquilizado a un sinnúmero de mujeres sobre esto, tal como me habían enseñado en Planned Parenthood. El tejido fetal no siente nada cuando se le elimina.
"Contrólate, Abby. Éste es un procedimiento médico rápido y sencillo".
Mi cabeza estaba trabajando duro para controlar mis reacciones, pero yo
no podía quitarme una turbación interior que rápidamente se transformaba
en horror mientras miraba la pantalla.
El siguiente movimiento fue la repentina sacudida de un pequeño pie, en el momento que el bebé comenzó a patear, como si estuviera tratando de alejarse de la sonda invasora. A medida que la cánula presionaba su costado, el bebé empezó a luchar para girarse y alejarse.
Me pareció evidente que podía sentir la cánula, y que no le gustaba lo
que sentía. Entonces se escuchó la voz del médico, lo que me hizo
saltar.
“Teletranspórtame, Scotty”, le dijo alegremente a la enfermera. Le estaba diciendo que encendiera la aspiradora (...).
De repente, sentí la necesidad de gritar “¡Paren!”, de sacudir la mujer y decirle:“¡Mira lo que le está pasando a tu bebé! ¡Despierta! ¡Apúrate! Haz que se detengan!”.
Pero aun cuando pensaba esas palabras, vi que mi propia mano sostenía la sonda. Yo era uno de “ellos” haciendo esto. Mis ojos se volvieron de nuevo hacia la pantalla. La cánula ya estaba siendo girada por el médico, y ahora veía al pequeño cuerpo retorciéndose violentamente con ella. Por un brevísimo momento se vio como si el bebé estuviera siendo estrujado como un estropajo de cocina, torcido y exprimido.
Y luego se arrugó y comenzó a desaparecer dentro de la cánula frente a
mis ojos. Lo último que vi fue la pequeña, perfectamente formada, espina
dorsal ser succionada por el tubo, y luego se había ido. El útero
estaba vacío. Totalmente vacío.
Quedé helada, no lo podía creer. Sin darme cuenta, solté la sonda, la
que se desplazó fuera de la panza de la paciente y se deslizó sobre su
pierna. (..) Traté de respirar profundo, pero no podía inhalar o
exhalar. Seguía mirando la pantalla, a pesar de que ahora estaba negra
(...) Pero no estaba procesando nada. Estaba demasiado aturdida y
perturbada para moverme. (...) La imagen del pequeño cuerpo, destrozado y aspirado, se repetía en mi mente, y con ello la imagen de la primera ecografía de Grace – y de cómo ella había sido, más o menos, del mismo tamaño. Y pude oír en mi mente una de las tantas discusiones que había tenido con mi esposo Doug sobre el aborto.
“Cuando estabas embarazada de
Grace, ella no era un feto, era un bebé”, había dicho Doug. Y ahora me
golpeaba como un rayo: ¡Tenía razón! Lo que estaba en el vientre de esta mujer hace un momento era algo vivo. No era sólo tejido, sólo células.Era un bebé humano. ¡Y estaba luchando por su vida! Una batalla que perdió en un abrir y cerrar de ojos. Lo que había dicho a la gente por años, lo que había creído y enseñado y defendido, era una mentira. (...)
¿Cuánto daño han hecho estas manos en
los últimos ocho años? ¿Cuántas vidas han sido arrebatadas a causa de
ellas? No sólo por mis manos, sino por mis palabras. ¿Y si yo hubiera
sabido la verdad, y si les hubiera contado a todas esas mujeres?
¿Y si… ?
¡Había creído en una mentira! Había
promovido ciegamente el eslogan de la compañía por tanto tiempo. ¿Por
qué? ¿Por qué no había buscado la verdad por mí misma? ¿Por qué había
cerrado mis oídos a los argumentos que había escuchado? ¡Ay, Dios mío!, ¿qué he hecho?
Mi mano todavía estaba en el vientre de
la paciente, y tuve la sensación de que acababa de sacar algo de ella
con esa mano. Yo le había robado. Y mi mano comenzó a doler – sentí un
dolor físico real. Y ahí, de pie junto a la mesa, con mi mano en el
vientre de la mujer que lloraba, este pensamiento vino desde lo más
profundo de mí:
¡Nunca más! Nunca más.
(...)
Mirando ahora hacia atrás, ese día de
fines de septiembre de 2009, me doy cuenta de cuán sabio es Dios al no
revelarnos nuestro futuro. Si hubiera sabido en ese entonces que estaba a
punto meterme a una tormenta, no habría tenido el valor de seguir
adelante. Por eso, como no sabía, ni siquiera buscaba ser valiente. Pero
sí buscaba entender cómo me había metido en ese lugar – viviendo una
mentira, difundiendo una mentira y perjudicando a las mismas mujeres a
las que yo quería ayudar.
Y necesitaba desesperadamente saber qué hacer a continuación.
Esta es mi historia.
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