jueves, 16 de septiembre de 2010
Contemporizando
Estaba viendo un documental sobre Etiopía, cuando una representante de Unicef dijo que el país tenía recursos, pero que era difícil que avanzaran ya que se aferraban a sus tradiciones y su historia. Los problemas del tercer mundo no son fáciles de solucionar porque, en última instancia dependen de la voluntad de los habitantes de esos países. Por ejemplo, si convencieran a los africanos de que siempre utilicen preservativos, ya no tendrían hijos, con la consecuente extinción de poblaciones enteras. Es muy fácil hablar desde nuestra posición. Por eso conviene de vez en cuando hacer un ejercicio de ponerse en el lugar del otro con sus dificultades cotidianas.
En la mentalidad de un país pobre, la mayor riqueza que existe es la familia. Cuando uno no sabe si mañana continuará vivo, su máxima prioridad son precisamente sus descendientes. Para ello, el hombre tiene que asegurarse de que sus hijos son realmente suyos y esa es la razón de que tengan a las mujeres tan controladas. La sociedad no ve mal incluso el maltrato, ya que es la manera que tienen los hombres de asegurarse de que la familia que mantienen y protegen con tanto esfuerzo, al menos les reconoce autoridad. Entonces, llegan unos extranjeros blancos de estómago lleno y vida resuelta y les dicen que eso está muy feo; lo cual no deja de ser una hipocresía, ya que en España pasaba lo mismo hace menos de cien años.
No es que esté justificando cualquier tradición cultural pero basta ver películas antiguas para comprobar que no podemos llevarnos las manos a la cabeza y decir que eso no lo hemos hecho nunca. Claro que tampoco es lo mismo un cachete que acabar en el hospital. Las campañas que se hacen en España parece que no hacen más que agravar el problema últimamente. Y es que no es lógico hablar de respeto mutuo, cuando por otro lado se está educando a los jóvenes en el espectáculo de la violencia, en la filosofía del placer inmediato y la intolerancia a la frustración. Los frutos que cosechamos son los que hemos sembrado; y luego todavía nos permitimos ir a darle lecciones de comportamiento a personas que tienen otros problemas mucho más graves, por desgracia.
En la mentalidad de un país pobre, la mayor riqueza que existe es la familia. Cuando uno no sabe si mañana continuará vivo, su máxima prioridad son precisamente sus descendientes. Para ello, el hombre tiene que asegurarse de que sus hijos son realmente suyos y esa es la razón de que tengan a las mujeres tan controladas. La sociedad no ve mal incluso el maltrato, ya que es la manera que tienen los hombres de asegurarse de que la familia que mantienen y protegen con tanto esfuerzo, al menos les reconoce autoridad. Entonces, llegan unos extranjeros blancos de estómago lleno y vida resuelta y les dicen que eso está muy feo; lo cual no deja de ser una hipocresía, ya que en España pasaba lo mismo hace menos de cien años.
No es que esté justificando cualquier tradición cultural pero basta ver películas antiguas para comprobar que no podemos llevarnos las manos a la cabeza y decir que eso no lo hemos hecho nunca. Claro que tampoco es lo mismo un cachete que acabar en el hospital. Las campañas que se hacen en España parece que no hacen más que agravar el problema últimamente. Y es que no es lógico hablar de respeto mutuo, cuando por otro lado se está educando a los jóvenes en el espectáculo de la violencia, en la filosofía del placer inmediato y la intolerancia a la frustración. Los frutos que cosechamos son los que hemos sembrado; y luego todavía nos permitimos ir a darle lecciones de comportamiento a personas que tienen otros problemas mucho más graves, por desgracia.
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