miércoles, 18 de agosto de 2010

Las renuncias del sacerdocio

Me da lástima cuando pienso en cuantos treintaañeros hoy en día no tienen pareja estable ni hijos. Sin embargo, no es porque lo hayan decidido así, sino porque no hay encontrado a la persona adecuada o tal vez les ha faltado voluntad para afianzar esa relación. El caso es que el tiempo corre en su contra y el número de familias españolas se va a reducir mucho en esta generación. Sin embargo, existen personas que, voluntariamente, renuncian a tener pareja e hijos de por vida.  Además se dedican a casar a otros, oficiar bautizos y acompañar a enfermos y moribundos que ni siquiera son sus familiares. A menudo se nos olvida el nivel de renuncia que conlleva el sacerdocio o la vida religiosa en general. Son personas, además, que nunca podrán elegir dónde van a vivir o a que se dedicarán, porque deben obediencia a un superior.

Para aceptar una vida así, hay que ser alguien realmente especial. El amor a Dios y al prójimo les impulsa a evitar un amor más personal y propio. Deben evitar su propio instinto de reproducción y aceptar la idea de vivir en soledad para siempre. Aunque cuenten con parientes y amigos, nunca será lo mismo que ver crecer a sus hijos. Pero lo hacen sin dudar debido a su vocación. Qué absurdo en cambio resulta pensar que otros muchos vayan a seguir ese mismo destino sin obtener nada a cambio. Pues el sacerdote tiene la satisfacción personal de servir a su comunidad y ofrecer su sacrificio a dios. Hacer el bien compensa sus renuncias. Pero, una persona que se limita a coleccionar nuevas experiencias sin pasar nunca de fase, a la larga acaba igual de solo y sin compensaciones espirituales.