lunes, 25 de enero de 2010

La guerra de los sexos

Aunque he escrito muchas veces sobre esto, parece que sigue sin estar nada claro. Los hombres y las mujeres no somos iguales, pero sí complementarios. Hoy en día las características masculinas son muy criticadas y, al mismo tiempo, imitadas por aquellas mujeres que desean progresar en el trabajo. Las cualidades de un lider son el ideal de cualquier hombre: autocontrol, fuerza de voluntad y ambición; lo cual conlleva una cierta frialdad o egoísmo. La emotividad, desde luego, está proscrita en el entorno laboral, lo cual supone que las mujeres se están masculinizando. Por otra parte, la incorporación de la mujer al trabajo supone que el hombre debe pasar más tiempo en casa con sus hijos, desarrollando unas aptitudes de empatía a las que no estaba habituado. Así que los hombres se están feminizando, pero sólo hasta cierto punto.

No se puede cambiar miles de años de historia en unas pocas decenas. Por ello, es natural que los hombres se resistan al cambio de la manera más sencilla, que es no asumiendo ningún tipo de compromiso sentimental. ¿Por qué pagar por el perejil, si te lo dan gratis?. ¿Por qué renunciar a la libertad y la independencia económica a cambio de obligaciones domésticas y familiares? Yo lo comprendo perfectamente. La mujer, por su parte, se ve forzada a desdoblar su personalidad entre su casa y el trabajo, y a presionar a su pareja para que le ayude. De este modo, no es más feliz de lo que lo eran nuestras abuelas. Al contrario, muchas están agotadas, insatisfechas y emocionalmente reprimidas. Eso es lo que ha conseguido la liberación de la mujer. Antes la mayoría estaban contentas con lo que tenían.

Para lograr un equilibrio en este campo tan complicado, es imprescindible que uno de los dos en la pareja sacrifique sus ambiciones profesionales. Es decir, que el hombre o la mujer deberían trabajar menos horas, para poder así compensar el tiempo extra que necesitan los niños y las tareas del hogar. Incluso teniendo una asistenta, hay cosas imprescindibles que ocupan mucho tiempo, como ir a la compra, poner lavadoras o cocinar. Cuando los dos llegan tarde y cansados a casa y se encuentran el trabajo sin hacer, las tensiones están servidas. Así, no es de extrañar que tantos acaben tirando la toalla, de los pocos que aún se atreven a dar el paso de formar una familia. El panorama no es nada tentador. Pero algunos y algunas están encantados porque es esto precisamente lo que quieren.