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domingo, 25 de septiembre de 2011

Educación: más dinero para peores resultados

Hemos superado felizmente la primera fase que antecede a la solución de un problema: la fase de su negación. Quizá ayudados por esta segunda fase en la que nos encontramos: achacar el problema a causas extrínsecas. En este caso, a la falta de inversión económica.
Y es que algunos están más dispuesto a admitir un fracaso si su solución conlleva la gestión de un aumento del presupuesto educativo.
Gobiernos y sindicatos -salvo honrosas excepciones- relacionan directamente el fracaso escolar con la inversión económica en educación. No se lo creen ni ellos, pero es más fácil enterrar dinero del contribuyente en medidas experimentales y colaterales al problema (además de las inevitables mordidas) que repensar un modelo educativo que, con dinero y sin dinero, sigue cuesta abajo y sin frenos.
Hoy que somos tan amigos de las comparaciones europeas, tenemos que admitir que la inversión económica no es correlativa al éxito educativo. Hasta El País, mentor y portavoz del gobierno, acaba por reconocerlo:
En plena polémica por los recursos que se destinan a la educación —los profesores de varias comunidades se han rebelado contra los recortes—, el informe [sobre educación en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)] vuelve a introducir complejidad al debate: no se trata solamente de cuántos profesores haya ni cuántas clases den los alumnos, sino de qué se enseña, cómo y a qué edad, y qué apoyo reciben los alumnos.
El País, 13 de septiembre de 2011.
Lo fácil es achacar el fracaso al presupuesto cuando todo el mundo sabe que, un presupuesto mal gestionado es peor -para el contribuyente y los alumnos- que la propia falta del presupuesto.
Resulta, por otra parte, sorprendente, que los análisis que se realizan y medidas que se proponen en el ámbito educativo sean casi en exclusiva cuantitativas. Desde luego que la educación es una tarea que requiere medios materiales y humanos. Pero de ahí a reducir la enseñanza a factores cuantitativos media un abismo.
Para enseñar, formar y cualificar a los alumnos hacen falta, sobre todo, unas capacidades cualitativas que vienen a constituir lo que tradicionalmente se ha llamado vocación. ¿Con cuántos recursos económicos contaba Sócrates, uno de los principales educadores de todos los tiempos? Hágase la misma pregunta respecto de otros reconocidos educadores: Confucio, Jesucristo, Ghandi, Mahoma, etc.
Cuando los profesores, actores indiscutibles del drama educativo patrio, se alzan en pie de guerra -en un momento de gravísima crisis económica- contra la redistribución -que no aumento- de una o dos horas de su dedicación semanal, que no llega a 40 horas, algo huele a podrido en la escuela española.
Los profesores no son los únicos culpables, pero tampoco es momento de reivindicarse como si sus resultados fueran propios de ‘la Champions‘ como caracterizó aquél la economía española minutos antes de que iniciara un desplome hasta hoy ininterrumpido.

www.padreobjetor.com/2011/09/educacion-mas-dinero-para-peores-resultados/

lunes, 1 de junio de 2009

Sentimientos

Hace poco alguien me dijo que no voy a ninguna parte con esta sensibilidad. Creo que tiene razón, pero es que yo siempre he sido así y no voy a cambiar ahora. De hecho tuve una temporada, allá por la adolescencia, en que decidí arroparme en varias capas como una cebolla para que nadie me hiciera daño nunca más. Sin embargo, cuando conocí a mi marido, sin darme cuenta fui perdiendo todas esas capas, y al nacer mis hijos volvía a ser yo al natural. Eso significa que sufro más, pero también disfruto más.

Probablemente no sirvo para escribir en internet, pero es lo único que sé hacer. Renuncié a trabajar para ser ama de casa, pero tampoco soy de estas mujeres que se pasan el día limpiando y cocinando. Necesito tener siempre la cabeza ocupada y en este momento, por desgracia, tengo motivos de sobra para pensar y escribir continuamente. Nunca me había interesado la política, pero ahora estamos tratando sobre principios y valores.

Ya sé que no puedo hacer nada, que muchos entran a este blog nada más a criticarme, pero me consuelo pensando que tal vez uno de cada diez se queda pensando en mis palabras. No podría sentirme bien conmigo misma si me limitara a lamentarme sin hacer nada para remediarlo. Pero esto tampoco me resulta agradable. Me siento culpable, sí, de estar llevando la contraria a tanta gente, diciéndoles lo que no quieren oir y siendo antipática para muchos. Pero también sé que sólo puede hablar de amor y familia quien lo ha vivido.

Pero hay algo que ha estado claro desde el principio: no obligo a nadie a entrar en mi blog. Cuando cerré mis comentarios, pensé que iba a perder la mayoría de las visitas. Cuando dejé de comentar, con más razón, pensé que muchos me olvidarían. Sin embargo, no me puedo quejar, sigo teniendo bastantes lectores. No sé si para bien o para mal, ni quiero saberlo. Pero mientras me quede la esperanza de que alguien me siga, yo seguiré también.