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miércoles, 21 de julio de 2010
Una escapada
Aprovechando que mis hijos estaban fuera, me he escapado con mi marido un fin de semana. Como a los dos nos gusta Castilla la vieja, fuimos a la ciudad de Valladolid. Hay tanto que ver por allí que apenas pudimos tener una idea general, pero ya tenemos base de operaciones para otros viajes futuros, si Dios quiere. La impresión que sacamos de allí fue que la gente es muy elegante. Nos cruzábamos por la calle todo el tiempo con hombres trajeados y mujeres de tiros largos -literalmente- hasta el suelo y tacones de diez centímetros. Parece ser que era el fin de semana de las bodas y la ciudad tiene más de diez iglesias, a cada cual más grande, más bonita y más engalanada para la ocasión. Resultaba impresionante.
Como después jugaba España al futbol, llamaba la atención ver las terrazas de los bares con tanta gente bien vestida luciendo banderas españolas, y algunos con la camiseta encima de la camisa. Allí desentonábamos nosotros con nuestro atuendo de turista típico y la cámara de fotos. Me fui con buen sabor de boca por ver la vitalidad que conserva todavía esa zona de nuestro país, a pesar de todo. También resultaba allí absurdo e inviable el proyecto de nuestro gobierno de desligar la Iglesia de la sociedad. Además, el patriotismo impregnaba todo. Cuando se sale de las grandes ciudades, te das cuenta de que no es tan fácil acabar con siglos de historia familiar y tradiciones; mal que les pese a algunos.
Como después jugaba España al futbol, llamaba la atención ver las terrazas de los bares con tanta gente bien vestida luciendo banderas españolas, y algunos con la camiseta encima de la camisa. Allí desentonábamos nosotros con nuestro atuendo de turista típico y la cámara de fotos. Me fui con buen sabor de boca por ver la vitalidad que conserva todavía esa zona de nuestro país, a pesar de todo. También resultaba allí absurdo e inviable el proyecto de nuestro gobierno de desligar la Iglesia de la sociedad. Además, el patriotismo impregnaba todo. Cuando se sale de las grandes ciudades, te das cuenta de que no es tan fácil acabar con siglos de historia familiar y tradiciones; mal que les pese a algunos.
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jueves, 23 de julio de 2009
España
Cuando yo era pequeña, en pleno franquismo, existía algo llamado Festival folklórico de los pirineos, en Jaca. Creo que sigue existiendo pero ya no es famoso. Todos los años, transmitían las actuaciones que iban intercalando una región española con un país extranjero. Recuerdo lo orgullosa que me sentía entonces por nuestra variedad cultural y nuestro arte. Eran los tiempos en que los catalanes tenían fama de trabajadores, no de avaros; los andaluces destacaban por su alegría, no por su pereza; los gallegos se consideraban aventureros, no cerriles; los castellanos austeros, no malvados represores; incluso a los vascos se les admiraba por ser fuertes y valientes, y prefiero no decir lo que opino ahora de ellos.
¿Qué fue de nuestra España? Ahora cada cual sólo intenta conseguir una parte mayor del pastel. Cuando digo que amo a mi país, la gente piensa que soy una radical fanática. En el extranjero, sin embargo, es lo más natural honrar tu himno y tu bandera. No sé si es consecuencia de la guerra civil o si siempre hemos sido así de estúpidos. Otras naciones tienen tanto o más para enorgullecerse o avergonzarse y, con todo, siguen manteniendo muy vivo su patriotismo. Aquel que no se valora a sí mismo, difícilmente va a ser apreciado por otros. El desprecio de la propia cultura sólo conduce a la decadencia. También el hecho de resaltar aquello que nos diferencia frente a lo que nos une.
España es un país donde practicamente todas las familias cuentan con miembros procedentes de varias regiones distintas; sin contar con los lazos sanguíneos con otros países. Dar la espalda a esa realidad significa volver a la prehistoria. Y, a pesar de que la llamada Fiesta Nacional me repugna, yo sí soy capaz todavía de decir: viva España.
Música: Cosa de dos. La quinta estación
¿Qué fue de nuestra España? Ahora cada cual sólo intenta conseguir una parte mayor del pastel. Cuando digo que amo a mi país, la gente piensa que soy una radical fanática. En el extranjero, sin embargo, es lo más natural honrar tu himno y tu bandera. No sé si es consecuencia de la guerra civil o si siempre hemos sido así de estúpidos. Otras naciones tienen tanto o más para enorgullecerse o avergonzarse y, con todo, siguen manteniendo muy vivo su patriotismo. Aquel que no se valora a sí mismo, difícilmente va a ser apreciado por otros. El desprecio de la propia cultura sólo conduce a la decadencia. También el hecho de resaltar aquello que nos diferencia frente a lo que nos une.
España es un país donde practicamente todas las familias cuentan con miembros procedentes de varias regiones distintas; sin contar con los lazos sanguíneos con otros países. Dar la espalda a esa realidad significa volver a la prehistoria. Y, a pesar de que la llamada Fiesta Nacional me repugna, yo sí soy capaz todavía de decir: viva España.
Música: Cosa de dos. La quinta estación
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