lunes, 14 de octubre de 2013

Genocidio anticatólico en la República española

El recuerdo de la persecución religiosa desmitifica a la Segunda República

En España hubo un genocidio anticatólico que debería ser reconocido de forma oficial

Dom 13·10·2013 · 17:26h 8
Hoy Tarragona ha acogido la beatificación de 522 mártires católicos que murieron asesinados durante la Guerra Civil Española. A pesar de las mentiras que vienen lanzando algunos, este acto tiene como fin no subir a los altares a quienes murieron asesinados por sus ideas políticas -siendo esos asesinatos condenables-, sino a personas que fueron asesinadas por mantenerse fieles a su fe y que, además, en muchos casos, perdonando a quienes les iban a asesinar.
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El recuerdo de esos crímenes echa por tierra ciertos mitos ideológicos sobre la Segunda República, un régimen cuya implantación vino acompañada de una persecución religiosa -quema de conventos, expulsión de la Compañía de Jesús, prohibición a los religiosos de dedicarse a la enseñanza, etc.- que al cabo de cinco años llegó tan lejos que acabó desencadenando una guerra. A modo de ejemplo, en sólo dos meses tras la victoria del Frente Popular en febrero de 1936, 142 iglesias fueron incendiadas. Esa brutal persecución religiosa prosiguió en toda España hasta la sublevación militar y continuó en la zona dominada por el gobierno del Frente Popular arrojando cifras terribles: fueron asesinados 13 obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos y 283 religiosas, muchas de éstas, además, violadas.
Un caso de genocidio en toda regla
Los canonizados y beatificados hasta ahora son sólo una pequeña parte de esos 6.832 mártires, a los que habría que añadir miles de laicos católicos que fueron igualmente asesinados por razón de su fe: hasta ahora 11 de ellos han sido canonizados y 1.001 beatificados, 1.523 si sumamos los beatificados hoy. Una matanza de tan considerables proporciones durante apenas tres años, por supuesto, no fue obra de unos incontrolados, como dicen algunos. La salvaje persecución religiosa perpetrada en el bando rojo durante la Guerra Civil fue la matanza sistemática de un grupo religioso con el claro fin de exterminarlo. En este sentido no exagero nada cuando en el título de esta entrada hablo de un “genocidio anticatólico”. La Real Academia Española define genocidio de la siguiente forma: “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad.” Así mismo, el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional califica como genocidio ciertos actos “perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”, y el primero de los actos de genocidio que cita es el siguiente: “Matanza de miembros del grupo”.
Unos crímenes que derrumban los mitos izquierdistas sobre la República
En la anterior legislatura, el mismo partido que ostentaba el poder en la zona roja durante esa guerra -el PSOE- promovió y aprobó una ley sectaria, con el fin de que la memoria oficial de aquella contienda y de los crímenes cometidos en ella sea la que dictan quienes buscan mitificar a la Seguna República y al bando rojo, y no los hechos comprobados que muestra la historia. Cuando hay actos como el de hoy algunos se ponen muy nerviosos, porque saben que el conocimiento de aquellos crímenes echa por tierra esos mitos y deja al descubierto lo que realmente ocurrió en España: una sangrienta guerra en la que ambos bandos cometieron numerosos crímenes, que en el caso del bando rojo fueron, en un gran número, crímenes movidos por el odio al catolicismo, el mismo odio que sigue envenenando a una parte del mapa político español. Es triste que a algunos les mueva el odio hasta el punto de no respetar que la Iglesia honre a sus mártires, es decir, a quienes murieron por culpa de ese odio anticatólico, pero lo que no se puede aceptar en democracia es que los odios de algunos se impongan a la verdad sobre aquellos crímenes y al merecido reconocimiento de sus víctimas. España no puede seguir sometida a una ley sectaria, cínicamente llamada “de memoria histórica”, que en realidad impone una amnesia absoluta sobre todo recuerdo de los crímenes cometidos en uno de los bandos.
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