lunes, 15 de octubre de 2012

Femeninas, no feministas


No solo guerrera, por Susanna Tamaro

¿NUNCA OS HABÉIS fijado en cómo cambia la expresión de una mujer cuando espera un bebé? Incluso en las personas más ansiosas y atormentadas, los trazos del rostro se relajan, la piel y la mirada emanan una luz hasta ese momento desconocida, un resplandor impregnado, más que de cualquier otra cosa, de dulzura. ¿Qué me he atrevido a decir? ¡He hablado de dulzura! ¿Quién osa pronunciar esta palabra? Ridiculizada, escarnecida, considerada ya como algo obsoleto, fue recluida en un baúl, junto a otras antiguallas sentimentales, y allí quedó abandonada. La mujer contemporánea (tan exaltada por los medios de comunicación y por la banalidad del pensamiento políticamente correcto) es una persona que vive en el olvido total de este sentimiento. La mujer triunfadora y admirada por todos es (y debe ser) únicamente la mujer guerrera.

¿Y CÓMO PODRÍA ser de otra manera? Una sociedad que es cada vez más enemiga de la fragilidad solo puede ser, bajo una aparente cara de libertad total, cada vez más enemiga de las mujeres. Estamos obligadas a ser perfectas. Perfectas en el trabajo, perfectas en casa, perfectas con el marido o con el compañero; de lo contrario, siempre habrá una más perfecta que nosotras que nos quitará el puesto. Perfectas con los hijos, con los suegros y, por último pero no menos importante, perfectas con nuestro cuerpo. Nada de barriguita, nada de celulitis, nada de bolsas oscuras bajo los ojos. Nuestra aceptación, en lo que atañe a la sociedad, también pasa por nuestro cuerpo, que debe tender constantemente hacia ese modelo de perfección que han impuesto los medios de comunicación.

LA MUJER GUERRERA vive, así, perseguida por una jauría de fantasmas: el fantasma del fracaso, del abandono, de la depresión, de no estar a la altura. Resistimos, es verdad; tiramos para adelante, por supuesto; pero cada vez más perdidas, cada vez más en la niebla. Ahogada la fuente de la dulzura materna, tenemos que recurrir a otros venenos que, no obstante, se están agotando. El sesgo que ha modelado nuestro imaginario en todos estos años nos ha llevado a considerar este sentimiento profundo (que nos pertenece desde siempre) como una cosa meliflua, débil, indigna de nuestra inteligencia. Ser dulce, en definitiva, se ha convertido en sinónimo de sumisión.

¿PERO ESTAMOS seguras de que sea verdaderamente así? ¿Y si, por el contrario, el instinto de maternidad fuese, en verdad, el origen de nuestra extraordinaria fuerza y precisamente por eso diera miedo? Fijaos en una gata con sus cachorros: es de una dulzura extrema cuando los lame y amamanta; pero intentad por un momento arrancarle aunque sea uno solo... Quizá ha llegado la hora de reflexionar sobre esto.

 P. D.: La sociedad nos quiere perfectas, sin barriga, sin celulitis. Nos quiere guerreras, dispuestas a pelear con uñas y dientes para defender nuestro puesto. ¿Y si nuestra verdadera fuerza residiera en nuestra capacidad de albergar una vida, en aquel sentimiento de orgullo maternal que nos vuelve valientes y dóciles a la vez?

 hoymujer.com/Hoy/entre-nosotras/solo-guerrera-Susanna-Tamaro-694060092012.html