¿Educación de calidad?, por Vicente Morro
¿De verdad queremos todos una educación de calidad? En primer lugar, deberíamos tener en cuenta que es injusto pedir, exclusivamente, una educación, o enseñanza, pública de calidad. ¿Por qué se reclama desde ciertos sectores la calidad sólo para la educación pública? Más aún, ¿por qué se pide, de momento igualmente sólo por algunos, la desaparición de los conciertos educativos? En España tenemos, o deberíamos tener, un único sistema educativo. Un sistema único que se puede gestionar de tres formas diferentes: a través de centros de titularidad pública, mediante centros de iniciativa social acogidos al régimen de conciertos o por centros de titularidad y gestión exclusivamente privadas. El derecho a la educación, reconocido en el artículo 27 de nuestra Constitución, es el mismo para todas las familias, titulares auténticas del derecho, sea cual sea la forma de prestación que cada una de ellas legítimamente haya escogido. Pero esto algunos sectores no lo aceptan.
¿Todos queremos una enseñanza de calidad? Pues es muy sencillo: los estudiantes a estudiar, los maestros a enseñar, los directores a dirigir y controlar, las familias a ejercer sus derechos y a apoyar a los maestros y a sus escuela y los políticos a hacer buenas leyes y a hacerlas cumplir. Problema resuelto. Esto sería lo lógico en un Estado de Derecho como pretende ser el nuestro: cumplirlas leyes, respetar los derechos de todos, mejorar lo que sea necesario y no faltar a la verdad con argumentos falaces.
Los estudiantes a estudiar, decíamos. A esforzarse, a aplicarse en su trabajo, a respetar y obedecer –sí he escrito ‘obedecer’, no ha sido un error– a sus maestros y profesores. Estos conceptos pueden sonar para alguno a antiguos y trasnochados, tras decenios de una pedagogía desastrosa llena de palabra vacías e imbuida de la costumbre de pensar que cambiar sólo es nombre de las cosas es suficiente para cambiar la realidad. Esfuerzo, mérito, capacidad, trabajo, virtud, respeto, autoridad, son términos que es necesario recuperar y volver a poner en valor. Es más divertido salir a la calle a gritar, pero seguro que les será más provechoso cumplir con sus obligaciones. Además, esto último es mucho más progresista que lo contrario, pues sólo así construiremos entre todos un futuro mejor para ellos.
Antes de seguir, debo reconocer que generalizar es injusto. Por eso te pido, amable lector, que me disculpes si caigo inadvertidamente en ese error. En nuestro sistema educativo, en sus tres ámbitos de gestión, existen excelentes profesores y profesionales y sería gravemente injusto no reconocerlo. Pero sería demasiado cómodo mirar para otro lado e ignorar que hay una parte que no sólo no cumple con sus obligaciones sino que se excede gravemente en algunas cuestiones. Por ejemplo, la ideologización de la enseñanza. También entre los padres hay muchos casos de abandono absoluto de nuestras obligaciones. Y lo mismo, desgraciadamente, entre los políticos.
Con respecto a los maestros y profesores ya hemos indicado que su obligación es enseñar. Enseñar, y no adoctrinar. Enseñar, y no ‘construir el conocimiento entre todos’. Enseñar, y no limitarse a hacer promocionar automáticamente a sus alumnos, tengan el nivel que tengan. Enseñar, y no hacer ideología en las aulas. Enseñar, y respetar el derecho de los padres a que se respete la elección educativa que han hecho. Cumplir sus horarios laborales y asumir, como estamos haciendo todos, los recortes salariales que padecemos. Todo esto, como ya hemos adelantado antes, sin desmerecer a los miles de profesores que en los centros públicos, concertados o privados, se dejan la piel para, precisamente, enseñar y educar, es decir, transmitir conocimientos a sus alumnos y ayudarles a ser mejores personas y mejores ciudadanos en el futuro.
A los directores les pedíamos que ejercieran su función de gestión y control. Deben velar por la neutralidad ideológica de sus centros, especialmente en los centros públicos como ha establecido la jurisprudencia del Tribunal Constitucional. Deben velar porque se respeten los derechos de los alumnos y de las familias. Deben velar, escrupulosamente, porque no haya manipulación en las aulas, porque no se impartan contenidos controvertidos socialmente sin el previo consentimiento de los padres, de conformidad con lo que señalaba la primera sentencia del Tribunal Supremo sobre ‘Educación para la Ciudadanía’. Deben ejercer su autoridad ante los alumnos, los profesores y los padres.
A las familias les pedíamos compromiso con la educación de sus hijos. Esto significa tanto ejercer y reivindicar sus derechos como estar pendientes de la marcha académica de sus hijos y mantener los oportunos contactos con los maestros y profesores y con los equipos directivos de los centros, con absoluto respeto a su autoridad. Los padres no debemos renunciar a la obligación de preocuparnos por la educación de nuestros hijos. Somos los primeros responsables y no podemos renunciar.
A los políticos les exigimos que mejoren la actual legislación educativa: hay que cambiarla radicalmente, no se puede parchear. Hay que derogar el complejo LODE-LOGSE-LOE. Hay que acabar con ‘Educación para la Ciudadanía’ y no sólo transformarla. Hay que dar un tratamiento adecuado a la clase de Religión, en cumplimiento de la legislación vigente y de los acuerdos internacionales que España tiene suscritos. Hay que gestionar con la mayor eficacia posible, y con total honradez y transparencia, los fondos públicos.
Lo que de justo pudiera haber, en su caso, en las reclamaciones y reivindicaciones de los diversos colectivos y sectores en este ámbito pierde toda fuerza y razón mientras: a) se apueste por tomar las calles de forma violenta, ilegal e ilegítima; b) se mantenga la utilización de los alumnos; c) se siga tolerando, y aplaudiendo en muchos casos, la pervivencia de un marco legislativo que nos ha conducido al más estrepitoso de los fracasos, tanto en términos relativos de comparación con los países de nuestro entorno como en términos internos objetivos de fracaso escolar.
¿Queremos calidad educativa? Pues tenemos mucho trabajo que hacer, y muy poco tiempo si queremos ser eficaces. No podemos seguir perdiendo el tiempo. Es hora de cambios profundos en la educación española.