Izquierda y violencia: cuando los agredidos siempre son sospechosos
En el caso del 15M, además, llueve sobre mojado: cuando ese movimiento echó a andar el año pasado lo hizo entre una catarata de actos de violencia contra distintos medios. Ante esas agresiones, los medios de izquierda que apoyaban a los “indignados” callaron como tumbas, y entre los seguidores del 15M no faltaron las más variadas justificaciones de las agresiones: la más frecuente, acusar a los agredidos de “manipular” (por lo visto la izquierda más panfletaria se cree la repanocha del rigor informativo y de la objetividad y considera que quien no se ajuste a sus cánones merece que le den una patada o le rompan los dientes).
En fin, cada vez es más evidente que el sentido de la democracia y del diálogo de una parte significativa de la izquierda española es equiparable al de los nazis griegos de “Amanecer Dorado”. Igual que ellos, se creen superiores a los que no opinan igual e incluso se creen con derecho a corregir al discrepante a base de leña, o al menos creen que si alguien padece una agresión a manos de izquierdistas será por ese asqueroso argumento de algo habrá hecho o por la manida explicación de que estaba provocando. O simple y llanamente, se le cuelga al agredido el sambenito de fascista -aplicable lo mismo a verdaderos fascistas que a católicos, providas, liberales, conservadores o demócratacristianos- y ya está. El caso es evitar condenar la violencia de sus camaradas siempre que sea posible, incluso a costa de señalar a los agredidos como los culpables por los más pegrinos motivos, porque para la izquierda condenar su violencia implica reconocerla y perder ese inmerecido aire de superioridad que se viene gastando desde hace ya demasiado tiempo.
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