viernes, 17 de febrero de 2012

El derecho a matar

Ni derechos, ni humanos, por Miguel A. Espino

Miguel A. Espino Perigault es periodista y profesor de la Universidad de Panamá.
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El  10 de diciembre se conmemora el Día de los Derechos Humanos, aprobados  por la Organización de las Naciones Unidas, en 1948, por  representantes de naciones que vivían, aquel año, un sueño hecho esperanza, tras  la pesadilla de dos devastadoras  guerras  durante la primera mitad del siglo veinte. Pero, aquellos eran otros tiempos y otros hombres.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, se redactó sobre la base del derecho natural que reconoce la verdad del hombre y de su libertad. La verdad que los haría libres, como reza el texto bíblico. Los derechos humanos allí establecidos  eran el resultado del reconocimiento de verdades basadas en el orden natural de las personas y de las cosas. No eran el resultado de votaciones ni de consensos. Porque  los verdaderos no se inventan, simplemente se reconocen.
Pero, hoy día, no es así. Ni los tiempos ni las personas son los mismos. No
La verdad no es ya el valor supremo,  sino la libertad. Aunque  la verdad del hombre es  su vida, su existencia como creatura de Dios y, por lo tanto,   es anterior a la libertad, la nueva ideología subvierte la relación. Para los artífices del Nuevo Orden Mundial, el precepto bíblico que afirma que “La verdad nos hará libres”, es al revés: “La libertad nos hará verdaderos”. Así lo   expresó  el ex presidente del gobierno español, Rodríguez Zapatero. Bueno…Sólo se trataba de  corregir a Dios.
Esa frase  refleja toda la realidad de nuestro mundo de derechos  torcidos e inhumanos. Por eso,  mediante el supremo bien de la libertad, se   confiere a la mujer, por votación,   el derecho inhumano del aborto. Por la libertad, cualquier  ser humano nacido hombre o mujer, tienen el derecho de cambiar la verdad de su sexo por la mentira de su “género” inventado.
Desde los años 90, los fariseos  del Nuevo Orden Mundial han desarrollado diez conferencias mundiales revestidas de mucho bombo y platillos para ir “aprobando” estas barrabasadas ideológicas, desde educación hasta cambio climático, pasando por Derechos Humanos.
Pero, no han faltado voces de advertencias. La principal, la de Benedicto 16. El   Pontífice denunció, una vez más, los esfuerzos para promover el aborto a través de “confundir el lenguaje de los documentos internacionales y la falta de claridad en las asambleas internacionales” (Africae Mumus). Recientemente, 48 estados miembros suscribieron una enérgica protesta contra el comportamiento  arbitrario de un relator  (redactores de  informes), que se tomó atribuciones basadas en su ideología de género. La protesta fue iniciativa de Pakistán. No tuvo    apoyo de ningún país latinoamericano. Panamá no estuvo presente (C-Fam/2-12-11). Ha habido otras denuncias, ignoradas por  la Secretaría General y la mayoría de las delegaciones latinoamericanas.  En el año 2009, otro relator provocó protestas porque en su informe definió el “género” (sexo) como una “construcción libre” del individuo, que es la tesis de los homosexuales. La directora del Programa para el Desarrollo, Helen  Clark, expresó la genialidad de que “la desigualdad de género (sexo) interactúa con las estructuras ambientales y las agrava” y que la   esterilización y el aborto son recomendables  para contrarrestar el efecto invernadero (Acción y Familia/612/11). Cantinflas no lo diría mejor.
Las reacciones  contra los abusos   son más frecuentes y se espera que logren reencauzar a la ONUJ por sus senderos iniciales.
Y prevalecen una moral relativista y un lenguaje equívoco para la interpretación de los derechos reconocidos en de la Declaración. Las nuevas interpretaciones  son creadas por intereses políticos de signo totalitario identificados con  “la dictadura del relativismo”, promovida por burócratas   malandrines, incluido el Secretario General, cuya ineptitud  ha sido objeto de fuertes críticas internacionales.
Los “derechos humanos” son interpretados caprichosamente según una  ideología  para la cual el bien y el mal se deciden por votaciones y engañosas manipulaciones del lenguaje.  El derecho fundamental del hombre, el de la vida, se acomoda a interese políticos y económicos que convierten el antijurídico  aborto  en un negocio;  la antijurídica eutanasia en una conveniencia social y la despoblación del mundo en un ideal favorecedor de la Madre Tierra, un nuevo  Bien, superior al hombre.