viernes, 30 de septiembre de 2011

La familia

Yo sí marcho por la familia, por Felipe Ross C.

Felipe Ross C. es Director Ejecutivo de la plataforma cívica MueveteChileorg. Egresado de Derecho; ha sido miembro de la sociedad de debates y formador de escuelas de líderes.  El artículo se corresponde con la crucial convocatoria cívica para mañana sábado, 30 de julio, en Santiago de Chile, en defensa de la familia: Por un Chile fiel a los valores.


El periodista Rodrigo Guendelman publicó una columna bastante hostil en contra de la marcha que se realizará el día sábado a favor de la familia. Mencionó en ella a nuestra organización, la insultó, y sacó de contexto varias frases con las que hemos intentado convocar a la ciudadanía para manifestarse.
No me parece adecuado entrar a las descalificaciones, ni tildar al señor Guendelman con alguna etiqueta puesto que lo que nos interesa, y creemos que a la mayoría también, es el debate de las ideas. Aquí van las nuestras.
La familia es una por naturaleza, no por dogma ni por imposición de nadie. Todos los seres humanos venimos de un padre y una madre (aunque existen alternativas artificiales, nunca dejarán de ser artificiales). La condición entonces, para la perpetuación de nuestra especie, depende enteramente de la familia que los periodistas como el señor Guendelman tildarían de “tradicional”.
Esta institución merece una protección especial, dada su incalculable relevancia social. Es por ello (por razones estrictamente naturales) que el legislador la ha protegido dotándola de un estatuto privilegiado, manteniendo en su base la unión entre un hombre y una mujer.
El matrimonio es entonces una institución que requiere como condición esencial la heterosexualidad. No hay otra unión que pueda cumplir un rol tan clave como el de perpetuar la especie.
Las uniones homosexuales son, como otros tipos de unión, una de carácter estrictamente afectivo. Y si por razones de afectividad o no discriminación fuéramos abrir la institución del matrimonio a otros tipos de unión, ¿cómo podríamos después negarle ese mismo derecho a otras personas que, con los mismos argumentos, quieran casarse entre tres? (única y mínima fórmula para formalizar la unión de personas bisexuales).
Hay muchos más ejemplos, entre ellos el de las relaciones intergeneracionales que menciona el columnista, caso que a todos nos parece antinatura de entrada, pero que con el tiempo va encontrando adeptos hasta que se presenta un proyecto de ley (así pasó en Holanda).
Lo que quiero decir es que esto no tiene techo, y no se trata de decir “los homosexuales son una cosa totalmente distinta, no son situaciones equiparables” (lo cual comparto) sino se trata de entender la razón de fondo de por qué el matrimonio está reservado a las relaciones heterosexuales.
La ley opera por criterios normativos, y detrás de toda disposición hay una razón. En el concepto del matrimonio hay un criterio clarísimo que delimita su extensión. Si perdemos el criterio entonces la institución pierde toda su esencia y su razón de ser. En fin, podemos llegar a cualquier parte y tendríamos que legislar todo tipo de uniones.
Ultimo caso: dos abuelas viudas se quieren muchísimo y, sin haber un componente afectivo-sexual, han decidido vivir juntas para ayudarse, entonces exigen casarse para optar a un régimen de bienes y a derechos sucesorios, todo ello basado en que se quieren mucho y no quieren ser discriminadas.
¿Es razonable que deba existir un estatuto jurídico especial para este caso? Si se lo concedemos a parejas homosexuales y ellas reclaman usando los mismos argumentos ¿cómo les decimos que no?
Y sí, el matrimonio goza de un estatuto privilegiado al que ningún otro tipo de unión puede acceder. Pero no por discriminación.
  • NOTA: Este artículo ha sido publicado en El Dínamo.