miércoles, 24 de agosto de 2011

Los valores de la JMJ

Reflexión sobre el significado de la JMJ de 2011, por Tomas Miller

Tomas Miller es traductor jurídico y periodista, con una amplia experiencia como muestran sus 15 años de experiencia como redactor y corresponsal de la Agencia británica Reuter.
Pensando en esos millones de jóvenes entusiastas e idealistas que acudieron impulsados por el  Espíritu Santo en respuesta a la convocatoria formulada por un anciano venerable, Benedicto XVI, o que siguieron los eventos de la JMJ por televisión, me he preguntado: ¿qué nos está diciendo Dios con esta aparente contradicción, de una hermosa juventud, criada y educada con todos los recursos necesarios del mundo moderno y esperanza del futuro, rodeando a un hombre mayor que representa unas creencias con miles de años de antigüedad y cuyo signo principal es una cruz?
Desde el punto de vista de los no creyentes, en particular de los llamados “progres”, se trata de una juventud que tiene la posibilidad de gozar de forma egoísta y hedonista de todos los beneficios de la tecnología moderna, sin ataduras de hijos (para eso están los anticonceptivos y el aborto), ni de cónyuges incómodos (para eso está el divorcio exprés), ni de límites morales a la sexualidad (se impone la ideología de género), ni compromisos de atender a familiares enfermos y mayores (de quienes se ocupan residencias y centros especializados). Es una juventud educada bajo leyes como la LOGSE, que permite pasar de año en año estudiando lo
mínimo, y dentro de lo mínimo sólo aquello que les va a permitir ganar dinero y ‘gozar de la vida’ sin remordimientos de conciencia. Los avances de la medicina y la técnica prometen a esa juventud una larga vida durante la cual podrán disfrutar de todo lo ‘mejor’ desde el punto de vista material.
Sin embargo, la JMJ ha puesto de manifiesto que ningún acto organizado en el contexto de la cultura moderna atrae a tantos jóvenes, ni despierta tanto entusiasmo, como los convocados por el Papa. Los adolescentes y jóvenes, impulsados por el Espíritu Santo, han mostrado su apoyo a un anciano líder para decirnos que aspiran a unos valores más altos, porque advierten que la sociedad y la vida modernas no son sostenibles a largo plazo: giran en torno a valores de progreso material y tecnológico cuyos efectos positivos son cada vez menores, en tanto que se notan cada vez más sus efectos negativos, tales como el derroche de recursos energéticos y la destrucción progresiva de la naturaleza, la distribución desigual de la riqueza, la imposición de una cultura global uniforme, y el debilitamiento de los lazos humanos profundos -sobre todo los familiares-.

En particular, mediante la confluencia de la generación joven con la generación de ‘tercera edad’ representada por el Papa, la JMJ ha hecho patente el rechazo de los jóvenes a la destrucción de la familia y a la insolidaridad entre generaciones que se están produciendo como consecuencia de ese supuesto progreso. Hasta no hace muchos años los niños, las mujeres, los hombres adultos y las personas mayores cumplían unos papeles definidos y socialmente reconocidos, especialmente en nuestra cultura cristiana fundada sobre el Amor siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia y de la Santísima Trinidad.
Antes los juegos de los niños estimulaban su imaginación, les hacían experimentar su libertad creadora; ahora son juegos ‘didácticos’, organizados por monitores en los jardines de infancia y los campamentos de verano, destinados a formar trabajadores disciplinados. Durante la infancia y la adolescencia los chicos ahora se preparan para ser adultos productivos, en un sentido materialista, y se descuida su formación afectiva, social y religiosa. Antes convivían mucho con la madre y el padre, ahora pasan cada vez menos tiempo con ellos, porque éstos trabajan largas horas para mantener el nivel de vida que se considera adecuado. Antes los padres eran responsables de la educación de los hijos, ahora dejan esta tarea en manos de ‘la sociedad’. Los niños pierden la inocencia por lo que ven en televisión y porque se les da todo lo que piden, convirtiéndose prematuramente en consumidores de artículos de ‘marca’.
Por el otro extremo generacional, a los mayores ‘improductivos’ se los considera un estorbo, y la sociedad moderna y tecnológica permite que se aburran llevando una vida rutinaria, que se sientan inútiles -una señora mayor conocida mía decía poco antes de fallecer que deseaba morir porque ya sólo servía “para dar la hora”- y aislados por verse privados de la compañía de niños, jóvenes y adultos, todos ellos muy ocupados preparándose para ganar dinero, o ganándolo, y disfrutando a su manera del dinero que han ganado. En cuanto pueden, mandan a los mayores a una residencia.
Esta sociedad y esta cultura es la que tratan de cambiar los jóvenes cristianos en unión con el Papa. Es evidente que detrás de esta movilización grandiosa está el Espíritu Santo, renovando como siempre a los hombres, la cultura y las estructuras sociales para acercarlos a Dios.
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