martes, 1 de febrero de 2011

El color de la vida

El color de la vida

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Recuerdo una canción de mis tiempos del colegio, la cantaba un grupo formado por jóvenes de todo el mundo, “Viva la gente”, y en el estribillo decía: “¿De qué color es la piel de Dios?”, y terminaba: “roja, amarilla, negra y blanca es, todos son iguales a los ojos de Dios”. Este estribillo me lleva rondando ya bastante tiempo por la cabeza, sobre todo hoy, cuando todo el mundo tiene que estar adscrito a una u otra ideología, creencia, pensamiento, movimiento, asociación, etc.… Y esto, por desgracia, también se ve en el ineludible y urgente tema de la defensa de la vida.

¿De qué color es la vida? Sinceramente, creo que no tiene color, porque no se puede comparar con nada de lo que existe. La vida en sí misma es un derecho natural, que no se ha inventado nadie y por lo tanto nadie puede legislar sobre ella. Nadie puede arrogarse el derecho a juzgar quién puede nacer y quién debe morir, ni siquiera en qué momento surge la vida. Sólo hay un momento en el que nace: la unión entre el espermatozoide y el óvulo, en el mismo instante en que se completa la cadena de ADN y surge el nuevo individuo, débil y desvalido, pero con todo el potencial de un ser humano.

En una sociedad en la que se pone la igualdad de oportunidades para todo el mundo, nadie puede decidir las posibilidades que tiene un ser humano de llegar todo lo lejos que pueda, de ser lo que quiera. Tolkien, en El Señor de los Anillos, pone estas palabras en boca de uno de los personajes cuando el protagonista dice que la criatura Gollum merecería morir: “Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida. ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures en dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.”

Es un verdadero contrasentido negar la posibilidad de vivir a una persona a la que ni siquiera se conoce, poniendo a menudo como único argumento la conveniencia de que nazca. Del mismo modo ocurre con las personas que ya están en la última fase de su vida, como no son “útiles”, se aparcan y esperamos a que dejen este mundo, si no les “ayudamos” antes y nos intentamos justificar con frases como: “Es que eso ya no es vida”, “si muriera se iría a descansar”. Una sociedad que tiene como único valor la utilidad de la persona, y no la persona en sí misma, va derecha al desastre.

Si nadie tiene derecho a adjudicar muerte o vida, tampoco tiene nadie la exclusividad de defender la vida. Nadie tiene el derecho de erigirse en único defensor y no permitir que otras personas puedan unir sus manos a esta causa porque no son como ellos o no piensan del mismo modo. No se puede adscribir la defensa de la vida a una ideología determinada. Me niego a comulgar con esa rueda de molino. Todas las personas que creen que la vida comienza en el mismo instante de la concepción, que ya es un ser humano y que tiene todos los derechos que le corresponden como tal, deben trabajar juntas, aunque tengan ideas diferentes en otros temas. No se puede prescindir de ninguna ayuda en este momento. La única forma de que los gobiernos escuchen a los que no han nacido es que todos los defensores de la vida vayamos a una. No olvidemos nunca que las ideologías políticas del color que sean, están para ganar votos: cada uno se arrima donde cree que va a sacar más, sea lo que sea, y si además puede poner verde al contrario, mejor que mejor. No caigamos en la trampa.

César dijo: “Divide y vencerás”. El ir cada uno de francotirador es un lujo que no nos podemos permitir si queremos que, de verdad, la vida sea defendida con todas las fuerzas posibles.


Mª Dolores Vacas Martínez.
Colaboradora de Derecho a Vivir Jaén.
davjaen.blogspot.com/2010/11/recuerdo-una-cancion-de-mis-tiempos-del.html