El 10 de mayo de 1940 los nazis se zampaban Holanda. No tardaron en comenzar las ejecuciones. El país ocupado había quedado reducido a la condición de esclavo por dos razones, porque había perdido el primero de los derechos humanos fundamentales: el derecho a la vida. Esclavo, también, porque había quedado dominado por un Estado totalitario, que autorizaba a sus verdugos (en este caso los agentes de las SS) a quitar la vida.
Casi 60 años después, el 28 de noviembre del 2000, Hitler ha vuelto a invadir Holanda. El país ha quedado de nuevo reducido a la condición de esclavo. Porque ha perdido el derecho a la vida y porque ha quedado dominado por un Estado totalitario, que autoriza a sus verdugos (médicos y enfermeras) a quitar la vida.
Con la legalización de la eutanasia, un país de la Unión Europea pasa a engrosar la lista de regímenes asesinos, como la Camboya de Pol Pot, el Chile de Pinochet o la URSS de Stalin. Desde el punto de vista jurídico y moral, no existe la menor diferencia. Monseñor Ersilio Tonini, ha planteado la gravedad del asunto: «¿Puede el Estado autorizar a quitar la vida sin asumir la prepotencia del emperador que decía sí o no a los gladiadores?».
Se alega que, en este caso, es el enfermo terminal el que voluntariamente solicita la muerte. Pero el Estado no puede abdicar de su deber de proteger la vida, delegando su responsabilidad en la decisión del enfermo. La voluntad individual no es fuente de la legalidad. Nadie tiene derecho a morir, por la sencilla razón de que no existe el derecho a la muerte. El derecho a la vida no depende ni de la voluntad individual, ni del consenso social, ni del juego de las mayorías. Es universal e intangible y sirve para todos.
De acuerdo con las condiciones para aplicar la eutanasia establecidas en la ley neerlandesa habría que reducir parte de la población de los psiquiátricos, eliminar a muchas personas que padecen depresiones endógenas e incluso a algunos deficientes mentales. Porque ninguno de ellos tiene posibilidad de mejora, todos padecen sufrimientos morales insoportables y, en su desesperación, desean liberarse de la carga de la vida. No es ciencia-ficción, ni una metáfora de la Alemania nazi. La iniciativa holandesa incluye el mal de Alzheimer como posible justificante de la eutanasia, porque supone un sufrimiento insoportable y la pérdida de la personalidad.
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