lunes, 25 de octubre de 2010

Derecho a decidir quién no es apto

Derecho a decidir ¿qué?, por Esteban Rodríguez

Los seguidores de la ideología prodecisión de matar a los hijos antes de nacer a menudo se muestran molestos cuando se les cataloga de abortistas. De igual manera, les incomoda que a los defensores de la vida humana en sus momentos de mayor debilidad y vulnerabilidad se les califique de provida.  Aducen que ellos no son promuerte y tratan de denominar antiabortistas a los defensores de los derechos fundamentales de los más indefensos, para crear una connotación negativa que les presente a ellos como tolerantes y defensores de los derechos de la mujer frente a los que quieren impedir derechos a la mujer.
¿A quién no le gusta decidir? Sin embargo, ¿por qué siempre ocultan lo que quieren tener el derecho a decidir? Quieren que el poder opresor de un fuerte frente a un débil sea convertido en derecho. Quieren tener derecho para decidir matar a un hijo antes del parto. A esto lo llaman derecho reproductivo.

Los defensores de esta ideología promuerte,  que venden como libertad para decidir, sin embargo se encuentran muy incómodos cuando un médico ejerce su libertad para decidir no matar ni facilitar que otros lo hagan. En un alarde de doble moral, esto lo consideran algo intolerable, lo califican de obstruccionismo.
Cuando un médico hace uso de su libertad para decidir no participar en un proceso que conduce a la muerte voluntaria de un ser humano antes o después del parto, no sólo cumple con su vocación sino que cumple con su obligación deontológica. No se trata de objeciones de tipo religioso o ideológico, tan respetables como cualquier otra; se trata de una objeción profesional por motivos éticos, científicos y vocacionales.

Existen dos tipos de abortistas. Los teóricos, que son abortistas de salón y que sostienen en su mayoría que ellos nunca abortarían pero que respetan a quien quiera deshacerse de un hijo mediante un aborto. Y los “abortólogos”, que son licenciados en medicina adiestrados en las técnicas de matar seres humanos antes del parto y de evacuarlos del útero para finalizar un embarazo. Estos son los abortistas prácticos, y es un medio para ganarse la vida indignamente. Son los que deberían plantear sus objeciones de conciencia por motivos ideológicos o por prejuicios religiosos frente a lo que establece el código deontológico de la profesión médica.
En el abortismo de salón hay una doble moral. Suelen decir que no abortarían nunca pero que respetan a quien lo haga y que no se obliga a nadie, pero pretenden obligar a todos, por ley, a asumir su ideología para que nadie pueda verse privado de un derecho. Si no abortarían nunca  se  debe a que saben está mal, que supone un trauma y que tiene consecuencias negativas para la salud y el equilibrio mental. Sin embargo, el mal que no desean para sí son partidarios de facilitárselo a los demás.
El abortista ejecutor, político o técnico,  promueve el consumo del aborto como un bien para la mujer y se presenta como filántropo salvador capaz de “curar  un embarazo no planificado”, animando a las mujeres a que sean libres para pedir que les maten a sus hijos cuando no los deseen, de momento, antes de que nazcan.
¿Cuántos años tendrán que pasar para que los defensores de la ideología del derecho a decidir matar a los hijos no deseados antes del parto, “evolucionen y progresen” reclamando el derecho de matarlos después del parto?
En Holanda, tras años de banalización de la vida humana, ya tienen el Protocolo Gröninguer, que regula cómo  y cuándo se puede usar el poder para matar a un neonato indeseable por haber escapado a los programas de cribado prenatal naciendo con alguna anomalía, discapacidad o enfermedad congénita.
Es probable que, al igual que ha pasado con la vida prenatal, los criterios de “indeseabilidad” se vayan ampliando en la vida postnatal a otros motivos ideológicos, políticos o sociales. Ampliando derechos.
Esteban Rodríguez es portavoz de Ginecólogos por el Derecho a Vivir.