sábado, 12 de junio de 2010
Como los perrillos
El concepto de educación sexual de nuestro gobierno consiste en enseñarles a los niños -cada vez antes- a lamerse mutuamente los bajos. No es porque lo diga yo; es que aparece en los manuales y en las páginas web oficiales; junto a instrucciones detalladas para la masturbación y posturas para el coito. Me pregunto de dónde han sacado la idea de que a los padres nos gusta que les enseñen eso a los niños pequeños. Para aprender de sexo, tienen la clase de biología, así como el cine, las televisiones y la enorme ayuda de internet. Lo que tienen que enseñar las autoridades es a ser una persona responsable de sus propios actos. Por tanto, si el sexo tiene riesgos (embarazos, enfermedades...), deberían recomendar abstinencia a los niños.
Pero no. Resulta que hacen campaña contra el tabaco, contra el alcohol (aunque sea papel mojado), y, sin embargo, se dedican a promover el consumo de sexo entre los niños desde edades realmente absurdas. No hace falta ser de derechas para pensar que el sexo sin amor es una guarrada, que no debería estar al alcance de los niños. Basta con ser una persona sensata. Las prácticas sexuales que decida tener cada uno en la intimidad forman parte de su vida privada y sólo incumben a la pareja -cuando ambos son adultos. Sólo nos falta tener al ministerio metido en casa opinando sobre lo que tenemos que hacer; menos aún, sobre lo que debería parecerles bien a nuestros hijos. Para asesorarlos en esas cuestiones y otras, ya tienen a su familia.
Pero no. Resulta que hacen campaña contra el tabaco, contra el alcohol (aunque sea papel mojado), y, sin embargo, se dedican a promover el consumo de sexo entre los niños desde edades realmente absurdas. No hace falta ser de derechas para pensar que el sexo sin amor es una guarrada, que no debería estar al alcance de los niños. Basta con ser una persona sensata. Las prácticas sexuales que decida tener cada uno en la intimidad forman parte de su vida privada y sólo incumben a la pareja -cuando ambos son adultos. Sólo nos falta tener al ministerio metido en casa opinando sobre lo que tenemos que hacer; menos aún, sobre lo que debería parecerles bien a nuestros hijos. Para asesorarlos en esas cuestiones y otras, ya tienen a su familia.
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