domingo, 28 de febrero de 2010

Aprendiz de todo, maestro de nada

A veces pienso que no estoy capacitada para dar consejos de ninguna clase. Estoy convencida de que mis ideas son correctas, pero no puedo asegurar que a mí me hayan servido. Siendo así, me desautorizo a mí misma cada mañana. Cómo hablar de familias unidas, una que no se relaciona con sus propios hermanos. Cómo hablar de la amistad, una que no tiene amigos cercanos. Cómo hablar de hijos, una que está perdiendo nuevas batallas a diario. Lo mío es pura teoría. Sólamente sé lo que no funciona porque lo he experimentado en mis carnes o en carne ajena. Pero no puedo ponerme como ejemplo de nada.

Es fácil para mí decir que hay que dedicarle más tiempo a la familia, pero yo no he tenido ocasión de tener que elegir, ya que dejé el trabajo antes de tener hijos. Es cómodo hablar de conceptos abstractos que no me comprometen a nada. Pero llega el momento en el que, yo también tengo que mirarme al espejo y enfrentarme a mi propia imagen, y sólo veo a una mujer de mediana edad. Alguien que estudió idiomas y no los habla, alguien que conoce el secretariado, pero no trabaja. Alguien que escribe mucho, pero no sabe realmente la repercusión que pueda tener su obra. Alguien que ha dedicado su vida a los suyos, pero no está segura de lo que pasará mañana.