Carta al Director del hermano de una víctima del terrorismo
Mi nombre es XXXXXXX (eliminado para preservar su derecho a la privacidad), tengo 23 años y mi hermano falleció funestamente en el tren de Atocha. Hoy me dirijo a usted tras muchas horas de angustia, dolor, miedo y frustración que me han impedido ser mas inmediato en la ejecución de esta carta. No he podido pensar en escribir, no he encendido el televisor ni he cogido un periódico desde el trágico día, tan sólo estaba intentando aceptar la nueva y desoladora rutina que acaba de instalarse en nuestras vidas. He vivido las últimas horas en una desolada y esponjosa apatía, en un mullido colchón de asombro roto sólo por los arranques de lucidez, de consciencia que llevaban lágrimas a mis ojos. Mas ahora que he tenido un momento de reflexión he sentido que le debía algo a Jose, que le debía algo a toda la buena gente, amigos, familiares, conocidos y desconocidos que me han dado sus muestras de afecto en esta hora lúgubre. Les debía al menos este grito desesperado que quizá acerque un paso más el momento en el que esta barbaridad no pueda sucederle a nadie. Ni a esa buena gente que me es cercana, ni a ninguna persona de cualquier confín del mundo.
Hoy se ha muerto una vida, y junto a ella muchas más. Y digo hoy porque el día del Jueves, ese Jueves terrible, ominoso, es un día universal que viene sucediendo desde los principios de la Historia. Es un día en el que toda esperanza se trunca, en el que familias enteras se quiebran, en el que la gente vaga como alucinada con los ojos del color del llanto o de la ira mientras en su mente solo aparece una frase lapidaria: ¡¿Por qué?! Es ese día del que están plagados todas las guerras, todas las matanzas, todos los crímenes contra la vida. Es ese día que hoy en día es todos los días, aquí, en Iraq, en Chiapas, en Haití, en una panadería de Pamplona y en todos los lugares donde el sinsentido deja que ocurran estas atrocidades. Hoy es ese día en que no cabe preguntar por quién tocan las campanas, pues tocan por todos.
La gente está buscando culpables. Yo no albergo rencor alguno, no hay ni siquiera rabia en mi interior, sólo una desolación silenciosa y solitaria como un campo de batalla plagado de cadáveres. No busco culpables. Se quién es el verdadero culpable de todo esto, No es Al-Qaeda; es el sistema, ese sistema que fue creado por el hombre y para el hombre, y que ahora fabrica hombres a medida para él. Es el sistema del todo por la pasta, del todo por el poder, de la demagogia y el crimen impune. Es el sistema que crea políticos profesionales carentes de altruismo, histriones de tres al cuarto enfrascados en su aura de omnipotencia, sus trajes y su lenguaje eufemístico políticamente correcto, que desoyen con bombas la voz del pueblo al que dicen representar, pero que al fin y al cabo no son más que pobres marionetas de un sistema voraz que se mantiene a si mismo. Es el sistema del odio, del odio que alimenta odio en un círculo vicioso que gira a toda velocidad y en su vorágine absorbe la carne de los inocentes, la pureza del aire, la transparencia de los ríos.
El hombre pasa la vida inesperando la muerte, y desde luego, nadie es capaz de esperarse esto. Pero lo que está claro es que no es con odio como va a solucionarse. Ha sido la maquinaria del dolor con que los gobiernos han intentado enriquecerse la que ha desatado ese odio, y aún guardo la esperanza de que el mundo por fin comprenda que el dinero manchado de sangre, finalmente, sólo sirve para comprar ataúdes.
Ya estaban los cerezos en flor, como la vida de mi hermano, como la vida de tantos otros que han muerto o que han quedado heridos gravemente en el cuerpo y en el alma, y como tantas otras vidas que serán segadas a manos de unas mentes amartilladas por educaciones corruptas de violencia.
Hoy, este hoy lúgubre universal en el que el hombre es un lobo para el hombre, pido lo que todo ser humano añora desde que camina erguido y por lo que se unió en sociedad: eguridad, tranquilidad, amor, en definitiva… ¡Paz!.
Son conceptos que por desgracia están trivializados, manidos y mancillados por gente sin escrúpulos que sólo busca su provecho. Pero no por eso dejan de ser representaciones, símbolos de la felicidad que todo el mundo anhela alcanzar en su interior.
Ya estaban los cerezos en flor, iba a comenzar la primavera, pero ahora parece que se avecina un nuevo, frío y largo invierno.