miércoles, 20 de junio de 2012

Las autonosuyas

Hace pocos días llamaron a la puerta de mi casa una pareja de jóvenes, que ya hacía años que habían traspasado la frontera dela adolescencia. Serios, formales, educados y bien presentados. Por su forma de expresarse y de desenvolverse, deduje que deberían tener estudios superiores. Pretendían venderme libros de una renombrada editorial, algo que en mi caso hubiera sido sumamente sencillo, sino fuera porque ya constituyen un verdadero problema de espacio físico y he de ser extremadamente selectivo.
Viendo que su objetivo no tenía posibilidades de hacerse realidad, no insistieron machaconamente como suelen hacerlo los vendedores clásicos y cortésmente se despidieron con una sonrisa.
Al cerrar la puerta, me quedé profundamente entristecido. La verdad es que me hubiera gustado ayudarles haciéndoles algún pedido, más que por el beneficio económico que hubiese podido reportarles, porque les hubiese servido de estímulo en la dura y casi estéril misión que estaban desarrollando y para la que seguramente no era para la que se habían preparado.
Resulta muy triste ver así a lo mejor de nuestra juventud, por culpa de unos individuos, farsantes, embusteros, incompetentes que se aferran sin escrúpulos al poder y nos han llevado a la ruina. A la ruina moral y económica.
El que quiera saberlo, sabe que el riesgo de quiebra de España se encuentra ya casi al mismo nivel de Argentina y Venezuela.
La economía española forma parte del grupo de países con mayor probabilidad de bancarrota.  El nuestro, está sólo por detrás de Argentina, Ucrania, Venezuela, Irlanda, Hungría y Croacia.
La probabilidad de que España incurra en el impago de su deuda ha vuelto y persiste en todos los mercados. De ahí la presión que siguen ejerciendo sobre nuestro país, a pesar de ese no explicado rescate europeo a la banca.

No me adentraré en el intrincado laberinto de las cifras siempre farragosas; de las especulaciones culpabilizadotas, porque la situación en la que nos encontramos todos demuestra que España está en manos de unos miserables —no sé si como en Sodoma y Gomorra habrá algún justo que pueda salvarse— que se aferran al poder como las sanguijuelas lo hacen a la piel de sus víctimas. La diferencia es que los políticos, a los que para mayor escarnio, elegimos nosotros mismos, tienen las mandíbulas más poderosas y los dientes más afilados que los de estos anélidos, para poder absorber bien nuestras vidas, nuestras haciendas, nuestro futuro y el de nuestros hijos, nuestros proyectos y nuestras ilusiones.
¿Qué estoy exagerando? ¿Qué soy un pesimista? Les pondré como muestra un pequeño ejemplo de las barbaridades que, a costa de nuestros bolsillos, cometen estos parásitos inútiles en cualquier otro ámbito de la vida civil. Esta es una de las muchas noticias que le ponen a uno los ojos a cuadros y los pelos como escarpias: “Aragón cierra su ‘embajada’ en Madrid, con un coste de 400.000 euros anuales”. Más 66 millones y medio de pesetas. Sí, sí, han leído ustedes bien. Ya no solo se han establecido embajadas fuera de España, o de las Españas, o de las naciones y nacionalidades, porque yo ya no estoy muy seguro ni de lo que somos, ni de cuantos somos, sino dentro de esto que llamamos país, Estado o lo que quiera que sea que seamos. Es decir que se han establecido en el propio Madrid. Andalucía también tiene otra al frente de la cual está o estaba la pareja de Bibiana Aído.
Para esto es para lo que sirve el poder. Para colocar a nuestra costa a puestos políticos elegidos a dedo, correligionarios, amiguetes, allegados, familiares, simpatizantes y otras especies no del todo cuantificadas.
En nuestra situación, lo más peregrino es que los mandamases de la cosa pública se asombren de que los mercados no se fíen de nosotros. Pero ¿Cómo se van a fiar si seguimos siendo el país de José María “El tempranillo” y “Los siete niños de Écija”? Bueno, peor, porque al menos ellos se jugaban la piel en Sierra Morena y tenían mas gracejo. Fíjense en los apodos por los que se les conocían: Juan Palomo, Ojitos, Satanás, Malafacha, Cándido, El Cencerro y Tragabuches.

La verdad es que hay cierta similitud entre aquellos y los de ahora. Sí, porque muchos de esos bandoleros eran muy queridos y hasta protegidos por el pueblo.  A los de hora los elegimos nosotros mismos, los sentamos en poltronas, les damos protección, les pagamos sueldos, viajes, comilonas y otras variedades de gastos no cuantificados.
En la delicadísima coyuntura por la que atravesamos, la clase política española se ha convertido en el más grave de los problemas que nos angustian, pues ellos son los que han originado la mayor parte de los nuestros. Primero unos; luego los otros. Pero unos y otros actuando —o dejando de actuar—siempre con criterios clientelares y electoralistas; dando la impresión de que no saben lo que nos estamos jugando y sin la menor voluntad de cercenar el despilfarro que ellos mismos generan.
No todos son así; ahí tenemos el ejemplo de la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, que propuso al presidente del Gobierno, que por cierto, dicen que son del mismo partido, devolver las competencias al Gobierno de la Nación si España lo necesitaba, acción con lo que se ahorrarían miles y miles y miles de millones de euros, y el presidente, que parece que es de su mismo partido, no quiso ni oír hablar del tema.
Aquí es donde radica nuestro más grave problema y la prueba más sangrante es un reciente estudio en donde se afirma que España es el país en el que existen más políticos por ciudadano de toda Europa, (445 mil),  ¡de toda Europa!  A menudo hablamos del excesivo número de funcionarios y asimilados ¡que también!, pero el problema más acuciante es el excesivo número de políticos. Ellos se fijan sus retribuciones sin atenerse a ninguna regla racional, económica, laboral o social; preparan sus chiringuitos para enchufarse con el beneplácito de la oposición y amén de no rendir en su trabajo y mucho menos rendir cuentas del mismo, se convierten una de las causas principales de la falta de credibilidad que tiene nuestro país, que es el problema número uno que sufrimos. Hay honrosas excepciones, como las de esos pocos concejales de pueblo que trabajan desinteresadamente y que incluso les cuesta dinero desempeñar sus cargos y a los que un día habría que rendir el homenaje y reconocimiento que se les debe.
Para solucionar los gravísimos problemas que tenemos planteados, es necesaria una reforma en profundidad de la Constitución, algo que el propio sistema está pidiendo a gritos desde dentro y desde fuera. Pero algo que no se hará, porque nuestros políticos se opondrán a cualquier recorte de los privilegios que ellos mismos se han otorgado; conservadores o progresistas, son la fuerza más reaccionaria y poderosa existente, en todo cuanto pueda suponer una merma de su modus vivendi; constituyen un frente resistente e impúdico que bajo ninguna circunstancia —aunque constituyan la ruina del país— está dispuesto a hacer entrega sus inmunidades, fueros y regalías.

El problema de los partidos políticos españoles —especialmente ahora en tiempos de crisis— es cómo mantener a los suyos, porque la gran mayoría de los representantes de las administraciones españolas cobran del erario público. Pero no solo de las administraciones, porque como por sí mismas no eran suficientes para colocar a tanta boca hambrienta como hay en los partidos esperando que caiga el maná del dinero estatal, se inventaron las empresas públicas, fundaciones, consorcios y figuras jurídicas del mas extraño pelaje, en las que pudiendo hacer y deshacer sin el control de la Administración pública, sirven para colocar a parientes, conocidos, y afines. Naturalmente todo ello a costa de encarecer los servicios que se suponen que nos prestan.
Ante la crisis, tanto el Gobierno anterior como el actual, se han limitado a hacer recortes, pero no reformas. No las reformas que necesitamos. Y es que el cáncer de la política ha extendido sus metástasis a todos los estamentos sociales sin excepción. Lo decía el escritor español Antonio Gala, “Cada día salen nuevos nombres a la concurrida palestra de la corrupción. No sé ni como caben. Banqueros, militares, políticos, juristas, funcionarios, particulares (Ladrones de profesión o de afición); en todas partes cuecen habas, menos en la olla de los pobres, a los que se condena sin tanto requilorio por hurto famélico”.
Pero no nos extrañemos. Esa es su verdadera razón de ser. Mientras la ciencia se esfuerza por hacer posible lo imposible, la política hace imposible lo posible.
Por César Valdeolmillos

 http://blogs.hazteoir.org/opinion/2012/06/18/no-se-ni-como-caben-por-cesar-valdeolmillos/