domingo, 6 de mayo de 2012

¡Gracias, Madre!


“A una madre se la quiere siempre con igual cariño, y a cualquier edad se es niño, cuando una madre se va”
José María Pemán
Escritor español
A mi madre y a todas las madres del universo.

Pasado mañana es domingo y desde hace años celebramos el día de la madre. A pesar de los años transcurridos no me acostumbro a esta fecha. Prefiero la del ocho de diciembre, la de la Inmaculada. Aquella en la que siendo pequeño, recién levantado y descalzo aún, yo te entregaba un dibujo y te recitaba una poesía. Era un dibujo en la que la protagonista siempre eras tú. Durante días te lo había estado preparando con toda la ilusión del mundo. Era un secreto que tú no debías conocer y si entrabas en mi habitación mientras lo estaba haciendo, inocentemente, yo trataba de taparlo con mis brazos mientras te decía: “Mamá tú no mires, tú no mires”. Y tú, que sabías muy bien lo que estaba haciendo, te hacías la desentendida y me respondías: “Yo no miro, no te preocupes”. Y salías de la habitación con una sonrisa en los labios y de gozo henchido el corazón.
Hoy que han pasado los años y la vida nos ha enseñado lo que jamás hubiéramos debido aprender, no encuentro regalo más hermoso que hacerte que aquel dibujo de mi infancia acompañado del más dulce y tierno beso impregnado de ternura y veneración.
Hoy, al acariciar tu pelo de plata; al contemplar entre las mías tus manos deformadas por toda una vida de trabajo; manos ajadas, llenas de puntitos, de todos los pinchazos que los cientos de espinas la vida clavó en ellas; manos que siempre estuvieron prestas a dar y tan poco recibieron; al adivinar en tu mirada todo un mundo de amor, de ilusiones y recuerdos, solo ahora comprendo la inmensa ternura que sentías cuando yo hambriento me asía a tu pecho, mientras tu me contemplabas en tu regazo. Y es que no tiene el mundo flor en la tierra alguna, como un niño en el regazo de su madre. Solamente la sensación experimentada en esos momentos, ya merece la pena vivir. A partir de ese momento, la madre, nunca estará ya sola. En su interior siempre vivirán, su hijo y ella, porque sus brazos y su corazón son la amorosa cuna que al nacer, Dios nos proporciona.
Han pasado los años y ya no te hago aquellos dibujos que con tanto anhelo te hacía cuando era niño. Ha pasado una vida y ahora me siento culpable de no haberte dicho cada día, cada momento que te quiero, Madre y aunque aún tienes momentos de lucidez en los que todavía me reconoces, siento un gran vacío dentro de mí, por no haber sabido siempre corresponder a tu infinito amor, como una madre se merece, aunque bien se que el corazón de una madre es un abismo profundo en cuyo fondo siempre espera el perdón.
Hoy que te veo tan frágil, tan indefensa, hoy que tanto se habla de derechos, echo la vista atrás y me doy cuenta de que en tu misión de madre y esposa, nunca tuviste días libres ni derecho a vacaciones; que a la hora de repartir, siempre te dejabas en el plato los huesos, las raspas o la cabeza del pescado… “porque era lo que más te gustaba”.
Hoy, con el paso de los años, por fin me he dado cuenta de una Madre es la única persona del mundo que siempre está a tu lado de forma incondicional. Que si la rechazas, te perdona. Si te equivocas, te acoge. Si te alejas de ella y la ofendes, lo sufre calladamente. Si los demás te abandonan, ella te abre sus brazos. Si estás feliz, ella lo celebra contigo. Si por el contrario has dejado de sonreír porque estás triste, ella sonreirá por ti hasta arrancar de tu alma un gesto de consuelo. Nuestra Madre es siempre nuestra amiga más leal, sincera e incondicional. Y es que un hijo es el ancla que hace que su madre se aferre a la vida para guiarle y protegerle.
Una madre es capaz de darlo todo sin esperar nada. Una madre sigue teniendo confianza en sus hijos cuando todos los demás la han perdido. Frente a nuestra incomprensión, despego, egoísmo e ingratitud, una Madre guarda siempre un sufrido silencio. Son silencios tan hondos y llenos de dolor, que si un día llegarán a escucharse, atronarían el universo, porque para cada Madre solo hay un niño en el mundo que atesora todas las virtudes y ese niño es el suyo.
Tengo tantas cosas por las que pedirte perdón. Perdóname las veces que te respondía de forma desabrida o con desgana.
Perdóname las veces que por tu dedicación olvidé darte las gracias.
Perdóname las muchas veces que olvidé una fecha para ti señalada.
Perdóname las muchas veces que olvidé mirarte a los ojos diciéndote ¡Cuánto te quiero mamá!
Perdóname las muchas veces que deje de escucharte mientras tú me hablabas.
Perdóname todas las veces que a causa de mi egoísmo dejé de preguntarte lo que necesitabas.
Y lo que necesitabas era una simple mirada impregnada de cariño.
Perdóname por mi prepotencia al no aceptar tus consejos.
Yo creía que lo sabía todo sin darme cuenta que no sabía nada y ahora, aunque quiasmas tarde de lo que debiera, ha llegado el momento de darte las gracias.
Gracias por darme la vida y amamantarme.
Gracias por cuidarme cuando me subía la fiebre y lloraba sin parar cuando me puse enfermo.
Gracias por llevarme de paseo y por acompañarme el primer día al colegio.
Gracias por recogerme y llevarme al parque a jugar con los amigos.
Gracias por hacerme mi plato favorito, por salir temprano a comprar el pan tierno y ponerme el bocadillo.
Gracias por tratar de que nunca me faltase nada que me fuera imprescindible.
Gracias por decirte mil veces no a ti misma para complacerme a mí.
Gracias por curarme las heridas, por tus cálidos y fuertes abrazos y besos.
En mi memoria han quedado grabadas para siempre tus miradas cómplices.
Tú fuiste con tu dedicación de cada día a quien le debo que me enseñases la senda de mi futuro.
Siempre sentiré en mi cuerpo la tibieza de tus manos.
A mis hijos les conté las historias que tú me contabas.
Siento que me llevas, que te llevo en mi corazón.
Me siento orgulloso de llevar tu apellido y de que por mis venas fluya tu propia sangre.
Me siento orgulloso por lo que fuiste, por lo que eres y por ser parte de ti misma.
Me has enseñado mucho, todo.
Me has enseñado a ser paciente, humilde, optimista,
Me has enseñado el verdadero sentido de ver amanecer un nuevo día.
Me has enseñado a respetar la vida.
Me has enseñado a quererte y quiero que sepas que te quiero, aunque a veces no te lo llegase a decir. Te quiero, ahora, antes y siempre, Madre.
Creo firmemente que al final del camino, volveremos a encontrarnos. Allí donde solo exista la paz y el amor. Gracias Madre, no solo por haberme dado la vida, sino por haberme regalado la tuya.

César Valdeolmillos Alonso