La Iglesia no tiene una obsesión
Como todos andamos inmersos en un ataque de apoplejía individualista, creemos que el disfrute personal debe ser exclusivo: el trabajo me lo quedo y sólo yo le saco réditos; la calle es mía y la ocupo como mi parcela de fin de semana; mi vida es mía y me la guardo para mis asuntos. Apostamos por la saturación de experiencias como definición de vida colmada, y los demás estorban en todo esto. Es como guardar cola para ver el estreno de una película, siempre incomoda que otros se nos hayan adelantado. Nadie nos dice que el corazón ha de romperse como el cristal de Murano para llegar a entenderlo.
En la versión que Garci hizo de “La herida luminosa” de José María de Sagarra, la joven religiosa le dice a su padre no creyente: “nunca he visto a nadie tan cerca de Dios como tú, papá, por esa ayuda permanente a los enfermos”. A la hija le conmueve que su padre ande en la brecha de regalar vida, de que los demás sean su ocupación, un bien sagrado. Por eso, no es baladí la pregunta sobre la vida, y su plasmación en proyectos de ley, a los políticos que nos representan. En definitiva, si han pensado tomarse en serio al hombre. Eso fue lo que hizo el director de los servicios informativos de la COPE, Juan Pablo Colmenarejo, el pasado lunes a Mariano Rajoy: “¿está en su programa la propuesta de derogar la ley del aborto?”. Tenía razón el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, antes de las elecciones argentinas del pasado fin de semana, cuando señalaba que el aborto “no se ventila en los programas políticos porque puede determinar una división en la opinión que perjudique las chances electorales”. Menos mal que el socialista Hermes Binner, dejó entrever en algunas entrevistas que no estaba a favor de legalizar el aborto, “ya que, como médico, me veo moralmente obligado a apoyar la vida”.
La Iglesia pretende eso mismo, un debate en profundidad sobre un elemento pre-político en el que la ideología no cuente, ya que es asunto de supervivencia de la civilización.
Javier Alonso Sandoica