miércoles, 5 de octubre de 2011

China: la invasión silenciosa

La historia de la humanidad ha venido determinada, en gran medida, por las luchas de los diferentes pueblos y países por los recursos naturales. La cuestión es sencilla, los dominios territoriales se van sucediendo civilización tras civilización, que va explotando los recursos naturales de una zona mientras mantenga la supremacía sobra la misma. Así, los fenicios que llegaron a Iberia en el siglo XII a.C. perdieron el control de la misma en favor de los cartagineses en el siglo III a.C., que a su vez lo perdieron en favor de los romanos años después, que a su vez lo perdieron en favor de los visigodos en el siglo V, que su vez lo perdieron en favor de los musulmanes en el siglo VII, etc. Del mismo modo, siglos después, España, Francia, Portugal e Inglaterra poseerían grandes dominios a lo largo del globo de los que obtenían materias primas y otros recursos.
Por eso llama tanto la atención la corriente de pensamiento que parece pretender que los males actuales de la humanidad sean culpa del petróleo y que, rechazando el uso de éste como materia prima, las guerras vayan a desaparecer. ¡Cómo si antes del descubrimiento del crudo no hubiera habido guerras! Las materias primas podrán ir acabándose, pero el ser humano descubrirá nuevas materias que sirvan a sus fines, tal y como sugería Mises en su Acción Humana. El carbón estuvo siempre ahí, pero no fue hasta el siglo XVIII cuando el hombre entendió que podía serle útil, dando lugar a la Revolución Industrial. Lo mismo sucedió con el petróleo, el silicio o el uranio. Es la acción humana, el hombre, el que convierte las materias primas en valiosas cuando descubre un uso para ellas y siempre habrá, por tanto, tensiones por el dominio y control de las mismas.
La dependencia aparece cuando una sociedad utiliza de forma asidua materias primas que no posee, como el petróleo o el gas en nuestro país. La necesidad continua de su aprovisionamiento nos hace ser vulnerables y estar expuestos tanto a los vaivenes de la economía como a los caprichos de los que nos venden esas materias, generalmente gobiernos de dudoso carácter democrático, como Irán, cuando no dictaduras de facto disfrazadas de democracia, como Venezuela.
Otras veces, sin embargo, nuestra sociedad tiene una dependencia de materias primas que los propios miembros de la sociedad ignoran. Todos sabemos lo que es el petróleo y el gas, pero ¿saben ustedes lo que es el neodimio, el disprosio, el lantano o el terbio? Es posible que jamás hayan oído mencionar semejantes cosas, pero no saben hasta qué punto la calidad de vida de todos ustedes depende de ellas.
Esos materiales son elementos químicos que se enclavan en un grupo conocido como "tierras raras" y tienen una abundancia natural similar al uranio. ¿Y qué pintan estos elementos en nuestras vidas? Pues que se han convertido en los ingredientes clave de cualquier dispositivo tecnológico. No se puede hacer un generador eólico sin neodimio, ni una pila de níquel-metalhidruro sin lantano y cerio. No se puede construir un coche híbrido sin lantano, ni siquiera se puede hacer una bombilla de bajo consumo sin neodimio y terbio. Están presentes en la práctica totalidad de artilugios que utilizamos cotidianamente y que hacen que nuestro nivel de vida sea el que es y no el que tienen en Uganda o Corea del Norte, por ejemplo.
La pregunta, por tanto, es obvia: ¿quién tiene las mayores reservas de tierras raras del planeta? Y la respuesta es desoladora: China produce el 97% de las mismas, es decir, estamos ante una producción monopolista. Todos los países avanzados del mundo hemos asentado nuestros irrenunciables niveles de vida en unas tecnologías que dependen exclusivamente del gigante asiático. No se pueden fabricar móviles, pilas, ordenadores, mp3, iPads... nada, si China no quisiera.
Y China, jugando su papel, está empezando a no querer. Lleva varios años consecutivos reduciendo la oferta de tierras raras mediante el recorte en la producción. Han impuesto cuotas a las compañías mineras que se enfrentan a grandes multas e incluso la expropiación de las minas si sobrepasan la producción establecida. De este modo, en 2008 recortaron la producción un 20% con respecto al año anterior y, en 2010, la recortaron un 40% con respecto a 2009. Los precios están subiendo de tal modo que en 2003 el óxido de disprosio se vendía a 20 $/kg y en la actualidad está a 2.600 $/kg. En lo que va de año, su precio se ha multiplicado por seis.
Hay que tener en cuenta que la escalada en el precio no se debe a una crisis de escasez, sino a recortes en la producción. El precio se incrementa por una escasez en el mercado, pero no por una escasez real del mineral. Para ser un país comunista que no cree en el mercado, China se lo está montando bastante bien en el mismo. Como ven, los problemas globales por los recursos no se terminarán con el petróleo, la acción humana es la que ha convertido las tierras raras en un material valioso que antes no tenía ningún valor y será la acción humana la que descubra una alternativa para ellas. La mala noticia es que la alternativa que se descubra también tendrá dueño y la historia volverá a comenzar... es el sino de la humanidad.
Manuel Fernández Ordóñez es doctor en física nuclear.

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