Un amigo comentaba que él era capaz de pasarse mucho tiempo al borde de una cuna contemplando un bebé (Algo parecido, pero aún mejor, a la contemplación del mar o las montañas).
Debió ser Chesterton quien dijo que aquel que no permite que se le reblandezca el corazón tendrá que soportar que se le reblandezca el cerebro.
Contaba una persona, que pasaba por una profunda crisis personal, que se encontró inesperadamente en plena calle con una niña pequeña. La vio, se cruzaron sus miradas, y un cambio súbito se produjo en el interior de esa persona: de la tristeza a la alegría. La persona en cuestión atribuía a la providencia divina ese fugaz y feliz encuentro.
“El mundo solamente se mantiene por el aliento de los niños”, dice el Talmud.
[Publicado en el diario "Las Provincias" el 7 de julio de 2011]