lunes, 15 de noviembre de 2010

La envidia

Es una de las emociones más destructivas que existen. No sólo predispone contra otras personas, sino que te impide disfrutar de lo que tienes. Sin embargo, lo más extraño que tiene es la sensación de sentirse envidiado, cuando tú crees firmemente que tu vida no es envidiable para nada. Eso me ocurrió a mí durante muchos años, y a veces todavía me siento así. Creo que algunos me envidian sólamente por cuestiones superficiales, como que no trabajo, que tengo casa y coche, tres hijos y soy de clase media. No se paran a pensar si tal vez mi casa no me gusta, mis hijos sólo me dan disgustos o quiero trabajar. Es un suponer. No es cierto. Pero, el caso es que podría ser verdad. Podrían estar alimentando su envidia sobre la base de un montón de apariencias.

Mirando objetivamente, mi vida es bastante monótona. Tengo el dinero justo, no viajo, no salgo con amigos. No gasto casi en ropa o lujos. No soy una gran conversadora. Tengo un aspecto corriente. Soy una mujer ya de mediana edad, ama de casa, sin estudios superiores, con una salud frágil y cierta tendencia depresiva. Yo no me envidiaría a mi misma. Sin embargo, me gusta la vida que llevo en general y supongo que por eso sí que soy alguien envidiable hoy en día. La gente se apresura en pos de unas metas que no les llenan, buscan una pareja imposible, y, a menudo, se sienten solos y desorientados. Yo, al menos, he encontrado algo que me satisface y además tengo mi fe cristiana.