«¡La economía, idiota, la economía!» gritó Clinton a un consejero que le venía con monsergas políticas. Pero cada vez más expertos reconocen que, detrás de la economía, está la educación, un terreno donde los españoles suspendemos, para usar un término familiar en el mismo. Les ofrezco unos datos que muestran el desolador panorama de nuestro campo educativo: el último informe Pisa nos sitúa entre los países con más fracaso y abandono escolar (un 30 por ciento); la indisciplina y violencia en la escuela ha alcanzado un nivel preocupante, como muestran las 4.000 llamadas de ayuda recibidas por el Defensor del Profesor del sindicato de estos (ANPE); la desconexión entre la familia y la escuela es cada vez mayor. Los padres se han desentendido de la labor de educar a sus hijos, con lo que la escuela tiene, además de instruir, que enseñar las normas de convivencia a niños con escasa idea de ellas; si los padres se acercan a la escuela, la mayoría de las veces es para protestar por las malas notas de sus hijos, sin haberse preocupado de que estudien en casa, o para disculpar su falta de disciplina, socavando la autoridad del profesor; extender la escolarización a 16 años ha dado resultados muy diferentes: mientras que algunos alumnos se han beneficiado, otros se convierten en «objetores escolares» que no asisten a clase, y si asisten, no participan en ella, disturbando su avance natural. Por último, entre las doscientas universidades mejores del mundo, no existe ninguna española.
España, a la cola
Con este panorama, es fácil entender que España retroceda puestos en la lista de países desarrollados y le cueste tanto salir de la crisis económica. En el siglo XXI, la potencia y la riqueza de un país se medirá, no por los misiles que almacene, sino por las escuelas, laboratorios, institutos y universidades que tenga. Y no por quien tenga más, sino por quien tenga las más apropiadas. Atención a eso: la enseñanza ha variado sustancialmente.
Más que la cantidad, importa la calidad. ¿De qué les sirve a los cubanos tener el menor número de analfabetos del continente si luego solo pueden leer literatura marxista, que cierra todo horizonte cultural? ¿De qué sirvieron a la Unión Soviética sus millones de licenciados, si su economía no permitía aprovecharlos? ¿De qué sirve a España haber multiplicado el número de universitarios, si no corresponden a las necesidades del país? Tampoco debe olvidarse que la educación contribuye al comportamiento. Una buena formación trae, junto con mejoras económicas, más responsabilidad social. Lo que representa mayor provecho para el individuo y para la sociedad en que vive.(...)
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