sábado, 28 de agosto de 2010
Echándole seso al sexo
"Pienso que la promiscuidad es una proximidad que aleja, una injusta intimidad que ahonda el desconocimiento sobre el otro, una invasora falta de respeto de fatales consecuencias aunque sea consentida, la caricatura del amor y la confianza…" Juan Durán
La sexualidad es una maravilla en sí misma y en su relación con la verdad de la persona humana: en armonía con ella, da lugar a verdaderos monumentos de plenitud así como de heroísmo (sacrificado, sí, ¿y qué?: ¡lo bueno cuesta!); en referencia inarmónica con la verdad de la persona produce tragedias, infelicidad y por supuesto en ocasiones delitos.
La sexualidad no raramente reviste la característica de una tremenda obsesividad cegadora. (Decía un buen oficial en un campamento militar a un grupo de soldados: “-Ustedes se han creído que todo el monte es orgasmo” (por orégano). Era un buen diagnóstico y un oportuno rapapolvo).
Muchos ignoran en la teoría y en la práctica la “gloria” de la castidad. Imaginan una imposible felicidad acorde con la realidad y dignidad humana al margen de la castidad, o/y del esfuerzo alegre por vivirla, comenzando y siguiendo por “detalles” (pequeñas cosas), lucha que vale la pena y que siempre conlleva triunfos.
Hay quienes son capaces de contemplar con indiferencia o incluso con complacencia el carnaval -las máscaras- de una cabalgata del orgullo gay. Se trata de personas con las que dialogar sobre (casi) cualquier cosa es (casi) imposible, mientras no desarrollen un mínimo de sensibilidad y de capacidad de horror ante lo horrible, ante lo abominable.
No pocas veces la llamada educación sexual de niños y jóvenes se reduce a una torpe, iluminada …e involuntaria corrupción de menores, de la mano de mentirosos eslóganes “políticamente correctos” amplia y profundamente difundidos incluso en ambientes eclesiásticos, sobre la base de una dimisión bastante misteriosa de no pocos padres con frecuencia engañados.
La “educación para el amor” -que es de lo que se trata …o debería tratarse- es una “asignatura” que ha de incluir lecciones como el conocimiento propio, el autodominio, el don de sí, la generosidad, el ponerse en lugar del otro o “hacerse cargo”, la laboriosidad, el respeto, la higiene psíquica, el sentido de la vida, etc. “Lo otro”, de que oímos hablar sin parar, es como reducir toda la medicina a autopsias.
(Publicado en el diario LAS PROVINCIAS de Valencia el domingo 11 de julio del 2010).
La sexualidad es una maravilla en sí misma y en su relación con la verdad de la persona humana: en armonía con ella, da lugar a verdaderos monumentos de plenitud así como de heroísmo (sacrificado, sí, ¿y qué?: ¡lo bueno cuesta!); en referencia inarmónica con la verdad de la persona produce tragedias, infelicidad y por supuesto en ocasiones delitos.
La sexualidad no raramente reviste la característica de una tremenda obsesividad cegadora. (Decía un buen oficial en un campamento militar a un grupo de soldados: “-Ustedes se han creído que todo el monte es orgasmo” (por orégano). Era un buen diagnóstico y un oportuno rapapolvo).
Muchos ignoran en la teoría y en la práctica la “gloria” de la castidad. Imaginan una imposible felicidad acorde con la realidad y dignidad humana al margen de la castidad, o/y del esfuerzo alegre por vivirla, comenzando y siguiendo por “detalles” (pequeñas cosas), lucha que vale la pena y que siempre conlleva triunfos.
Hay quienes son capaces de contemplar con indiferencia o incluso con complacencia el carnaval -las máscaras- de una cabalgata del orgullo gay. Se trata de personas con las que dialogar sobre (casi) cualquier cosa es (casi) imposible, mientras no desarrollen un mínimo de sensibilidad y de capacidad de horror ante lo horrible, ante lo abominable.
No pocas veces la llamada educación sexual de niños y jóvenes se reduce a una torpe, iluminada …e involuntaria corrupción de menores, de la mano de mentirosos eslóganes “políticamente correctos” amplia y profundamente difundidos incluso en ambientes eclesiásticos, sobre la base de una dimisión bastante misteriosa de no pocos padres con frecuencia engañados.
La “educación para el amor” -que es de lo que se trata …o debería tratarse- es una “asignatura” que ha de incluir lecciones como el conocimiento propio, el autodominio, el don de sí, la generosidad, el ponerse en lugar del otro o “hacerse cargo”, la laboriosidad, el respeto, la higiene psíquica, el sentido de la vida, etc. “Lo otro”, de que oímos hablar sin parar, es como reducir toda la medicina a autopsias.
(Publicado en el diario LAS PROVINCIAS de Valencia el domingo 11 de julio del 2010).