jueves, 16 de julio de 2009

El final del camino

Llega en la vida siempre el final de una etapa. El de la niñez lo tuve yo muy precoz, a los nueve años. El de la adolescencia, supongo que el día que empecé a trabajar, a los veinte. El de la juventud, al nacer mi tercera hija, a los treinta y uno. Ahora tal vez he llegado otra vez al final del camino. Estos años que han pasado hasta hoy, que mis hijos son ya un hombre y dos mujeres, tuvieron su lado bueno y su lado malo, como todo en la vida. Lo bueno era la impresión de tenerlo todo controlado y lo malo era eso mismo, la rutina de saber siempre lo que iba a pasar.

Para mi próxima década, me gustaría recuperar el espíritu de aventura, tal vez volver a estudiar idiomas o meterme en alguna actividad en grupo. Yo querría volver a ser la persona que improvisaba, que se lanzaba a la piscina. Salir de viaje sin saber el destino, parar en cualquier momento en cualquier lugar... Marcharme al cine inesperadamente. Recordar los rincones de Madrid de mi infancia. Conocer sitios nuevos. Pero no va a poder ser, porque no tendría ninguna gracia tener que hacerlo yo sola.

El tiempo es un reloj cuyas agujas sólo se mueven hacia adelante y nunca hacia atrás. Con él nos va cambiando y la persona que fuimos se pierde en la neblina del pasado, de donde es imposible rescatarla. No sé qué fue de esa rebelde, de esa persona tan apasionada y llena de vida. Ahora me alimento de emociones ajenas y vivo angustiada pensando en que todo pueda cambiar para peor. A pesar de que teóricamente me pueda quedar la mitad de mi vida por delante, me temo que nada volverá a ser como antes.

Siento enseñaros hoy mi cara más amarga. Eso no significa que no siga estando segura al cien por cien de unas pocas cosas, pero el resto es una incógnita que no sé cómo despejar. El verano me deprime, como las navidades. Me recuerda que, cuando no tengo mil cosas que hacer, mi vida se queda vacía. Los afectos de tantas personas que no se acuerdan de que existo, siguen vivos en algún lugar de mi memoria. También los de aquellos que nunca volverán. A veces pienso que sólo me queda seguir cuesta abajo hasta el final.