sábado, 11 de abril de 2009
Juan Pablo II
Ayer ví una película sobre el difunto Papa. Si alguien supo transmitir la idea de ecumenismo fue nuestro Papa santo. No podemos valorar la suerte que hemos tenido de contar con su ejemplo durante tantos años. Una persona que sobrevivió al nazismo y el comunismo, que ayudó a abrir las puertas de la libertad a medio mundo. Alguien que sabía hablarles a los jóvenes y expresarse con fluidez en tantos idiomas, no era, desde luego, una persona corriente.
Sin embargo, antes de morir, tuvo el sufrimiento de ver cómo surgían de nuevo las heridas entre musulmanes y cristianos. También cómo la libertad reciéntemente conquistada se iba transformando en falta de valores y de respeto a la vida. Es duro haber vivido esa época de esperanza, cuando todo parecía posible: acabar con la miseria y la guerra; y tener que seguir adelante viendo como su tarea era estropeada por otros. Querríamos que Carol Wojtyla hubiera vivido para siempre, pero se acabó su tiempo y regresó con Dios, dejándonos un recuerdo imborrable.
Él sabía que musulmanes y cristianos somos ramas del mismo tronco judío. Las tres grandes religiones del mundo tienen más en común de lo que les separa; tienen lo más importante: la creencia en un sólo Dios, Alá, Yahvé. Han sido las leyes escritas por los hombres a través de los siglos, como la sharia o los miles preceptos judíos, los que nos han ido diferenciando hasta llegar a niveles irreconciliables. Pero seguimos unidos en lo fundamental. Los musulmanes se oponen al aborto, al igual que muchas personas no creyentes. Por supuesto, también los budistas, cuyo máximo valor es el respeto a toda forma de vida. El budismo, más que una religión, en sí viene a ser una filosofía de vida, perfectamente compatible con cualquier otra creencia.
El Sida practicamente no existe en África musulmana, porque las estrictas normas morales del Islam impiden el contagio sexual, que es el mayoritario. Por ello, ser musulmán en África, al menos en ese sentido, es una garantía de salud incluso mayor que ser cristiano. Por supuesto a los musulmanes, no se les ocurriría culpar del sida al Papa, y menos a un santo; pero es terrible que se oigan esas acusaciones desde algunos países cristianos, cuando deberíamos estar dando gracias a Dios por haber podido siquiera conocer a Juan Pablo II, cuya imagen es lo único que mantiene nuestra esperanza en tiempos difíciles.
Sin embargo, antes de morir, tuvo el sufrimiento de ver cómo surgían de nuevo las heridas entre musulmanes y cristianos. También cómo la libertad reciéntemente conquistada se iba transformando en falta de valores y de respeto a la vida. Es duro haber vivido esa época de esperanza, cuando todo parecía posible: acabar con la miseria y la guerra; y tener que seguir adelante viendo como su tarea era estropeada por otros. Querríamos que Carol Wojtyla hubiera vivido para siempre, pero se acabó su tiempo y regresó con Dios, dejándonos un recuerdo imborrable.
Él sabía que musulmanes y cristianos somos ramas del mismo tronco judío. Las tres grandes religiones del mundo tienen más en común de lo que les separa; tienen lo más importante: la creencia en un sólo Dios, Alá, Yahvé. Han sido las leyes escritas por los hombres a través de los siglos, como la sharia o los miles preceptos judíos, los que nos han ido diferenciando hasta llegar a niveles irreconciliables. Pero seguimos unidos en lo fundamental. Los musulmanes se oponen al aborto, al igual que muchas personas no creyentes. Por supuesto, también los budistas, cuyo máximo valor es el respeto a toda forma de vida. El budismo, más que una religión, en sí viene a ser una filosofía de vida, perfectamente compatible con cualquier otra creencia.
El Sida practicamente no existe en África musulmana, porque las estrictas normas morales del Islam impiden el contagio sexual, que es el mayoritario. Por ello, ser musulmán en África, al menos en ese sentido, es una garantía de salud incluso mayor que ser cristiano. Por supuesto a los musulmanes, no se les ocurriría culpar del sida al Papa, y menos a un santo; pero es terrible que se oigan esas acusaciones desde algunos países cristianos, cuando deberíamos estar dando gracias a Dios por haber podido siquiera conocer a Juan Pablo II, cuya imagen es lo único que mantiene nuestra esperanza en tiempos difíciles.