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lunes, 3 de septiembre de 2012

La verdad sobre IKEA

Después de que varios reportajes televisivos mostraran a niños trabajando para subcontratistas de Ikea en India, Vietnam, Filipinas o Pakistán (donde incluso se les encadenaba a las máquinas), la empresa de la familia Kamprad creó un código de conducta que en la práctica no es más que papel mojado...Ikea t'estima. Un model per desmuntar), de Olivier Bailly, Jean-Marc Caudron y Denis Lambert.En su ya clásica exposición del capitalismo tardío, Ernst Mandel caracterizó al capitalismo transnacional como un sistema basado en la incesante rotación del capital. "La lógica del capitalismo tardío -escribió- conduce necesariamente (…) a convertir el capital ocioso en capital de servicios y simultáneamente a reemplazar el capital de servicios por capital productivo, en otras palabras, servicios por mercancías: servicios de transporte colectivo por automóviles privados; servicios de cine y teatro por equipo privado de televisión; mañana, programas de televisión e instrucción educativa por video-cassettes. No hay necesidad de subrayar los peligros que implica esto para el medioambiente a causa del desmesurado crecimiento de esta montaña de mercancías.


"El hipermercado, esa gran superficie de aspecto anodino que salpica nuestra periferia conurbana, es la mejor representación de esa "inmensa acumulación de mercancías" de la que hablaba ya Marx, de esa "inmensa reunión, bajo un mismo techo, de más de lo que cualquier persona podría comprar [y cuya sola] mera masa de objetos estimula el deseo", como ha escrito recientemente el sociólogo británico Richard Sennett. Ikea es, qué duda cabe, uno de los mayores exponentes de este modelo.Este libro tiene la virtud de ser breve y ameno. Bailly, Caudron y Lambert -periodista y activistas de ONG respectivamente- escudriñan al gigante sueco del mueble hasta allí donde se lo permite la opacidad de esta exitosa empresa. Fundada en 1943 por Ingvar Kamprad (un calvinista cicatero que mantuvo nueve años de amistad, entre 1941 y 1950, con Per Engdahl y Sven Olov Lindholm, líderes del movimiento neosueco pronazi), Ikea facturó en el 2005 14.800 millones de euros y recibió ese mismo año a 410 millones de clientes en sus 220 establecimientos repartidos por todo el mundo, que dan trabajo a más de 90.000 empleados. La inauguración de un centro comercial en Arabia Saudita el 1 de septiembre del 2004 provocó una auténtica avalancha humana que terminó con veinte hospitalizados por desmayos, dieciséis heridos y dos muertos.

Sorprendentemente para estas cifras, Ikea es una de las pocas empresas de su tamaño que no cotiza en bolsa, y una complicada red financiera la sostiene. Lo hace a través de la Stitching Ingka Foundation (radicada en Holanda, lo que no deja de ser curioso en una empresa que hace del chovinismo sueco bandera), asociada a la Stichting Ikea Foundation, poseedora de Ingka Holding, que agrupa a todas las empresas de Ikea. Ingka Holding está gestionada a su vez por Ikea International (con sede en Dinamarca), que es la encargada de asegurar las compras, la distribución, la venda y en ocasiones la producción misma del producto. Inter Ikea Systems (con sede en Delft, Holanda), subsidiaria de aquella en el organigrama de la empresa, es la compañía propietaria de la marca Ikea (su imagen).

IKANO, una organización paralela, agrupa a todas las sociedades que no están integradas en Ingka Holding, y cuya sedes son, invariablemente, paraísos fiscales. Comprenne qui pourra.Al terminar la lectura de Ikea t'estima uno no puede más que llevarse la impresión de que esta influyente empresa -que, no lo olvidemos, amuebla los interiores de la mayor parte de los hogares occidentales- reúne en grado sumo, bajo su impecable imagen corporativa azul-y-amarilla, todas las características negativas que uno asocia a una corporación capitalista, a saber: explotación laboral, destrucción del medio ambiente, embotamiento del espíritu de la población.Explotación laboral, tanto en los países productores del Tercer Mundo como en los trabajadores del Primero. Después de que varios reportajes televisivos mostraran a niños trabajando para subcontratistas de Ikea en India, Vietnam, Filipinas o Pakistán (donde incluso se les encadenaba a las máquinas), la empresa de la familia Kamprad creó un código de conducta que en la práctica no es más que papel mojado, pues los trabajadores de los 1.300 subcontratistas que proporcionan sus productos a Ikea tienen prohibido el derecho a la sindicación (algunos incluso nunca han oído hablar de ello) y trabajan una media de quince horas al día (de las ocho de la mañana a las once de la noche) sin contar las horas extra y el horario nocturno, frecuente cuando se acelera el plazo de entrega de los pedidos. Muchos de los obreros que viven lejos de la fábrica duermen directamente en sus puestos de trabajo para no perder tiempo en desplazamientos, que les sería descontado del sueldo. Por si fuera poco, son los trabajadores, y no la empresa, quienes corren con los gastos en seguridad médica, descontados de sus 36€ mensuales de salario.

Si lo hacen es, entre otras cosas, porque ponerse enfermo en una factoría de Bangla Desh o India significa uno o dos días sin sueldo. El grueso de las auditorias a estos subcontratistas lo realiza el Compliance and Monitoring Group de Ikea con lo que, como afirman los autores, sería como si un alumno de instituto se encargase de su propia evaluación.Más cerca de nosotros, Ikea ha destacado fomentando el trabajo precario entre jóvenes y estudiantes, o rompiendo huelgas (en Bélgica un bono de compra en una tienda de electrodomésticos a los trabajadores que permanecieran en su puesto de trabajo el día de la huelga), pero tiene su peor antecedente en una circular interna de la compañía en Francia firmada por el director de marketing, que aconsejaba no contratar a trabajadores de color porque "tienen menos posibilidades, y aquí de lo que se trata es de avanzar rápido." Según un sindicalista citado por el diario L'Humanité, el director de un Ikea parisino declaró a la prensa en 1997 que querían reforzar "su imagen nórdica" y que por esa razón no iban a poner "personas de origen extranjero en contacto con la clientela." Se pidió a Ikea que desmintiera estas acusaciones, pero los responsables de la compañía -me disculparéis la broma- se hicieron los suecos.Destrucción del medio ambiente. Después de los escándalos que estallaron en Dinamarca y Alemania en los 80 por la presencia de formaldehído y otras sustancias tóxicas en sus productos, el origen de la madera de los muebles expuestos en Ikea sigue siendo, en su mayor parte, de procedencia dudosa y, con toda probabilidad, talada sin ningún control en los bosques de Rusia o China.

Sólo en el 2005 se calcula que esta madera de naturaleza incierta alcanzaba los 640.000 metros cúbicos. La voracidad maderera del coloso sueco se retroalimenta con su estrategia empresarial de obsolescencia planificada, pues ninguno de sus productos está diseñado para durar más de dos temporadas y, aún haciéndolo, su poderosa maquinaria publicitaria tratará de convencer a sus fieles compradores de lo contrario, pues uno de sus mayores logros estriba precisamente en haber sustraído el valor patrimonial del mueble para convertirlo en un producto de consumo. Pero el expediente ecológico de Ikea no termina aquí. Su modelo de grandes superficies en el extrarradio obliga a los clientes al desplazamiento en automóvil con lo que, de las más de dos toneladas ( 2.808.424, exactamente) de CO2 que Ikea libera anualmente, el 56% es imputable a los compradores.Embotamiento del espíritu de la población. La extensión y creciente hegemonía del diseño Ikea, del mueble de líneas y madera clara, uniformiza los interiores de los hogares, narcotiza la creatividad de los diseñadores y elimina progresivamente las particularidades culturales de cada nación, un patrimonio humano que era garantía de diversidad. Lo peor es que Ikea ni siquiera representa el diseño sueco, sino su propio diseño, el diseño Ikea, y con él pretende crear un mundo a su imagen y semejanza. Para los trabajadores de los centros comerciales resulta igualmente alienante, como escriben los autores de este libro, "pasar su jornada laboral disfrazados de canario y rodeados de cocinas", realizando una "actividad monomaníaca en la tienda alineando decenas de miles de vasos o centenares de palillos" en lugar de "un trabajo de dimensión humana que ofreciera actividades más variadas". La publicidad, uno de los pilares fundamentales de la compañía, promueve a macha y martillo el consumo irracional, con consecuencias funestas no sólo para el medioambiente, sino para los cada año más endeudados hogares europeos.Y si después de todo este cahier de doléances alguien todavía puede creer en las bondades de la ideología de un mercado libre completamente desbocado (el sistema que, según nos repiten con insistencia, asegura la libertad personal a través del consumo), bandera que Ikea enarbola orgullosamente, no está de más recordar que el 75% de Habitat, la principal competidora de Ikea, está en manos de la familia Kamprad. El otro 25% lo posee la Stitching Ikea Foundation. Todo queda en familia y el monopolio se disfraza de falsa libertad de elección.Uno de los platos que nunca falta en los comedores de Ikea son las albóndigas (suecas, naturalmente). Según parece, incomestibles. Pero viendo lo que hace con sus empleados y el medio ambiente, esta carne triturada es el menor de sus pecados. Espeluznante y a la vez trágico. No hay paz sin justicia, bueno, sí, la paz de los cementerios.





sábado, 22 de enero de 2011

Las palomitas del cine

Vivimos en la cultura del exceso. Cuando era pequeña, íbamos al cine y tomábamos bolsas de palomitas. Ahora son cubos que a veces consumen entre dos personas, aunque aún así resulta demasiada cantidad. Luego, tanto hablar de la alimentación equilibrada, cuando las palomitas del cine contienen grasa y, sobretodo, mucha sal y son bastante indigestas en general. No es que no me gusten, pero en una cantidad razonable. Tampoco entiendo ese afán por coger las bebidas en tamaño grande, si luego se acaban dejando la mitad o tienen que salir al servicio durante la película. Parece que se trata de no parecer un pobretón; porque además hay gente que gasta más dinero en las palomitas que en la entrada, y luego dicen que el cine está caro... El cine con exceso de aperitivos, desde luego.

Pero es que seguimos teniendo una mentalidad de sociedad rica dada al despilfarro. Por suerte, ya no nos podemos permitir cambiar de coche cada dos años. Se acabó el comprar pisos para venderlos por el doble de su valor, perjudicando a terceros. Pero, todavía nos queda la mala costumbre de abusar de las palomitas en el cine. No es tan fácil desandar lo andado. Luego, está de moda hablar de ahorro de energía y de contaminar menos, cuando lo cierto es que cada vez tenemos más aparatos electrónicos en la casa y televisores más grandes. Así que, ya está bien de hipocresía; o somos consecuentes, o mejor nos callamos. Estoy cansada de la doble moral de nuestra sociedad en ese tema como en todos. Existe una disociación cada vez mayor entre lo que se dice y lo que se hace en España.

viernes, 8 de octubre de 2010

Administración: sobre mejoras viales y otros eufemismos

Yo comprendo que existen carreteras tan transitadas durante el curso que es imposible acometer obras en ellas. Pero, existen otras que se encuentran desiertas diez meses al año y no tienen ningún problema de saturación por horas. Siendo así, no me cabe en la cabeza - debo ser muy obtusa -, por qué los responsables de obras públicas deciden siempre empezar nuevos carriles en plena operación salida vacacional. Justo en los tres o cuatro días al año en que todos los carriles son imprescindibles, nuestras lumbreras descubren que es imprescindible asfaltar y realizar los desvíos correspondientes. A veces pienso que lo hacen a mala idea por envidia, ya que ellos no disfrutan de vacaciones. Pero lo que es imperdonable es que esos entuertos de tráfico provoquen cada año cientos de accidentes en la carretera.

Técnicas y tratamientos medioambientales. Es lo que pone ahora en los camiones de la basura. Desde que los peluqueros pasaron a ser estilistas y los modistos diseñadores, no había leído algo tan absurdo. Lo triste del caso es que ni siquiera es cierto. Uno tira su basura tecnológica al contenedor correspondiente, esperando que lo desmonten chip a chip y le den otro uso. Pero lo cierto es que, a menudo, acaban en vertederos en países lejanos. Lugares donde, por supuesto, no existe normativa medioambiental alguna. Contaminan el suelo y el agua que consumen sus habitantes. Eso sí que es un crimen de lesa humanidad. Pero siempre salen inmunes. A nadie le interesa seguir la pista de los ordenadores, teléfonos móviles o televisores que ya no encuentran hueco en nuestra casa. Preferimos el eufemismo de lo políticamente correcto, aunque no se sustente en la realidad.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Greenpeace o green pasta

Acabo de ver un anuncio sobre el cambio climático, basado en el único fin de conseguir dinero a costa del miedo de la gente. Parece ser que hace cuarenta años no había desiertos, ni inundaciones, ni huracanes. Esas son las imágenes que ilustran hoy el tan temido calentamiento global. Sin embargo, yo recuerdo haber visto antes esa clase de cosas. Debo ser pitonisa. O, tal vez,  resulta que el clima mundial no era tan idílico antes como cuentan. De hecho, se sabe que existen zonas que ahora son desiertos y hace miles de años eran mares y viceversa. El clima está en continua evolución porque se podría decir que es "interactivo" utilizando lenguaje actual, pero el hombre tiene muy poco que decir en todo esto.

Es decir, que los cambios no suceden de la noche a la mañana, sino que hay lugares del planeta que se están calentando, mientras otros se están enfriando desde hace siglos. Por tanto, la contaminación industrial no es más que un factor añadido que no suma demasiado al resultado. La influencia humana es muy relativa. Lo único indudable hasta ahora ha resultado ser que los gases CFC destruían la capa de ozono de la atmósfera; lo cual resulta un peligro real y tangible, que afortunadamente se está atajando. En cuanto a que la contaminación provoque cambios globales inmediatos en el clima, se trata de algo muy discutido y discutible, que - eso sí - mueve millones de euros en el mundo, en manos de organizaciones como Greenpeace.

lunes, 16 de agosto de 2010

Sostenibilidad y tolerancia

Dos bonitas palabras que, a veces, no significan lo que parece. Acabo de ver un anuncio en televisión asegurando que un aparato electrónico es sostenible. Teniendo en cuenta que estará hecho de metal y plástico -no de cartón y madera-; supongo que ha necesitado unos procesos de transformación que contaminan y utilizan mucha energía para crear cada uno de los componentes. Por otra parte, llevará una batería eléctrica, que también es contaminante y, para su fabricación, ha necesitado energías contaminantes. Además, seguramente contiene coltán, un metal para cuya extracción se utilizan niños en el Congo; aparte de la guerra que ha provocado su posesión en un lugar ecológicamente único. Los coches híbridos también llevan baterías, consumen energía eléctrica procedente de centrales térmicas y, además, tienen un motor de gasolina. Así que, no os creáis todo lo que se dice sobre productos sostenibles.

Tolerancia. Supone la acción de tolerar, es decir, soportar o sufrir algo, lo cual presupone que eso que toleras te parece algo negativo. Es decir, que cuando alguien te dice que seas tolerante, te está pidiendo que soportes algo malo, que lo permitas. Pero, ¿hasta qué punto se debe tolerar aquello que te parece mal, negativo, equivocado o nocivo para la sociedad?. Una señora me dijo que ella no estaba en contra del aborto porque ella "era muy tolerante". ¿Acaso se debe tolerar el asesinato, la pedrastia o el crimen en general? No. Hay cosas tan malas que no deberían ser toleradas por la sociedad. Si eso supone que se me considere una intolerante, ahora ya no me va a importar, porque sé que la palabra tolerancia tiene más significado de lo que parece. No se puede decir a todo que sí porque existen cosas intolerables.

viernes, 24 de abril de 2009

Detergente poderoso

Tengo un problema un poco absurdo. He escrito ocho borradores y no me gusta que se acumulen, así que me temo que publico tanto que resulta imposible seguirme. Espero no agobiaros. Hay un anuncio estos días que es toda una contradicción. Dice que ese detergente ahorra agua durante su fabricación; naturalmente, porque la botella es más pequeña. Pero estamos hablando de una cantidad insignificante de agua en términos generales. Gastamos más en cervezas. Lo que ahorraría de verdad agua, sería que la gente lavase sólo la ropa cuando está sucia, y no a diario por principio. En todo caso resulta absurdo pedirle que ahorre agua a alguien de norte de España, cuando la verdad es que allí sobra. El agua es un bien escaso según dónde. El problema consiste en llevarla de los sitios donde hay demasiada a aquellos donde falta.

Yo soy una ecologista atípica, porque no me creo la mitad de lo que dicen. Por ejemplo, creo que el calentamiento global es una fase normal de la historia de nuestro planeta, y no podemos hacer mucho por evitarlo. Más fácil sería luchar contra la sobrepesca, pero hay demasiados intereses implicados. Tampoco soluciona mucho tener más cantidad de coches porque sean ecológicos. Los combustibles vegetales están aumentando el hambre en el mundo. Aquellos que, teóricamente deberían estar de parte de los necesitados, también son parte del sistema.

Por otra parte, el planeta en sí es bastante caótico. No se entiende que vivan millones de personas cerca de volcanes o en lugares de riesgo sísmico. Pero tampoco sería justo obligarles a trasladarse. Hay zonas superpobladas y otras con una densidad de población muy baja, pero eso depende de múltiples factores y no se puede regular fácilmente. Un tema evitable, en cambio, sería la deforestación. Si hay algo que puede acabar realmente con el planeta es la falta de oxígeno, debida a la desaparición de los bosques. Así que, al menos me gustaría que no intenten convencernos de que, por utilizar un detergente estamos contribuyendo a salvar la Tierra, cuando lo cierto es que las fábricas de detergente también contaminan, consumen energía y generan residuos tóxicos.