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jueves, 13 de enero de 2011

Hacer el pino

Uno de los complejos de mi vida consiste en no haber sido nunca capaz de hacer el pino. Comprendo que es una tontería porque no es algo imprescindible para vivir, pero yo era practicamente la única del curso que no pudo hacerlo. Los profesores de gimnasia generalmente no comprenden que hay personas que estamos físicamente incapacitadas para algunos ejercicios. En el caso de hacer el pino, existen razones de tipo anatómico que pueden explicar que yo no fuera capaz de conseguirlo: tengo los brazos cortos, poca fuerza y las articulaciones inestables. Pasé diez años de mi vida intentándolo. Afortunadamente, hoy en día las clases de gimnasia han evolucionado y son mucho más variadas que entonces.

Cuando pienso en esa época, me acuerdo de tanto sufrimiento inútil, tanto esfuerzo desperdiciado... Pero la vida es así. Muchas veces, se desaprovecha el tiempo y el interés en cosas que no valen la pena. A veces, no te queda más remedio, como sucedía en este caso; otras te empeñas tú mismo en misiones imposibles. Por eso, es importante conocer los límites de cada cual. Los míos son muy bajos. Me veo obligada a administrar mi energía, tanto física como psicológica, para no acabar extenuada. Cada uno tiene que jugar con las cartas que le tocan en la vida, y las mías, desde luego, no son de las peores; así que tampoco tengo derecho a quejarme demasiado, aunque eso no me sirviera de consuelo en su momento.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Como montar en bicicleta...

Hay cosas que no se olvidan aunque se queden guardadas en el desván de la memoria. Como dicen que sólo utilizamos una mínima parte del cerebro, supongo que existen armarios enteros de trastos que tal vez nunca vamos a volver a necesitar. A veces me da lástima pensar que mis conocimientos de contabilidad o access acabarán en el olvido. Sin embargo, es cierto que, si recordáramos todo, nos volveríamos locos. Tal vez sea mejor así. Viene esto a colación porque estuve repasando francés y me encontré con la sorpresa de que me acordaba bastante a pesar de que han pasado veinte años de que no lo hablo. Una cosa es que se pierda vocabulario y otra que no conserves una cierta estructura musical de la lengua. Por eso, me parece tan absurda la obsesión creciente por el aprendizaje intensivo de idiomas en la infancia.

Basta con tener una buena base y los ingredientes se pueden añadir en cualquier momento. Más que hablar mucho, es importante controlar la gramática, para poder manejarte en cualquier situación básica. Aún así, confieso que mi nivel de alemán nunca ha sido tan completo, y el de árabe nunca dejó de ser elemental; precisamente, porque no aprendí la gramática. Aún así, quiero creer que si me viera inmersa en un ambiente extranjero por circunstancias de la vida no me costaría demasiado adaptarme, hasta el punto de llegar a pensar en ese idioma si fuera necesario. Como no sé si realmente se va a dar el caso alguna vez, tal vez resulte que mis esfuerzos sean una pérdida de tiempo, pero también son una forma agradable de perderlo al menos; y nunca se sabe...

jueves, 18 de junio de 2009

Tirar la toalla

He leído una entrevista que me ha llamado la atención:
"Por desgracia, el mito del príncipe azul nos afecta a todos, y es estúpido, porque no existe el ideal. (...) Es terrible que nos hayan hecho creer que el amor dura para siempre, porque eso sólo lo consigue un mínimo porcentaje de la población."
Es decir, que la culpa es de los padres y la sociedad por haberles enseñado a desear encontrar el verdadero amor. No se le ocurre que esa necesidad es algo natural al ser humano desde el principio de los tiempos. Toda persona sueña con alguien con quien compartir su vida, los buenos momentos y los malos y formar una familia, para ver crecer a sus hijos y nietos y envejecer a su lado. No es un mito que alguien haya inventado para complicarnos la vida.

Así que tal vez yo debería decirles a mis hijos que no se molesten en estudiar, porque siempre podrían trabajar como reponedores de supermercado. Del mismo modo, les diría que acepten cualquier tipo de proposiciones, porque, de todas maneras, la posibilidad de que encuentren una pareja para siempre es muy remota; así que, para qué intentarlo siquiera. Que no se fijen en el ejemplo de sus padres o sus abuelos, que llevan cincuenta y cinco años casados. Ya se sabe que el amor es una lotería que sólo toca a unos pocos. No debería llenarles la cabeza de pájaros, como, por ejemplo, que el secreto del matrimonio consiste en cumplir el juramento que se hace en la iglesia: ¿quieres a esta persona por tu legítimo esposo para amarlo y respetarlo todos los días de tu vida, hasta que la muerte os separe? Sí, quiero. Amor y respeto es la clave de los matrimonios para siempre.

Quieren que renunciemos a los ideales y nos conformemos con el mínimo. Naturalmente, que un matrimonio puede salir mal, como también un negocio puede ir a la ruina. ¿Significa eso que no merece la pena intentarlo? Hace no tanto tiempo, el porcentaje de matrimonios felices era mayoritario, tal vez porque no existía el divorcio, aunque sí las separaciones legales. La vida era más difícil y no sobraba tiempo para pensar demasiado; tampoco había las tentaciones que existen ahora. Así que la gente simplemente no se resignaba al fracaso. Seguían adelante hasta que conseguían limar sus diferencias y llegar a la armonía. El amor para siempre existe; lo que escasea es la fuerza de voluntad.

Música: R.E.M. - Losing my religion