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miércoles, 7 de julio de 2010

Las circunstancias

Estaba en un bar. Tres personas hablaban sobre la juventud y cómo se pasan con el botellón, comprando además alcohol de alta graduación para que les haga efecto más rápido. Yo no intervine en la conversación. Luego se pusieron a recordar cómo los padres de antes, no tendrían estudios, pero sabían educar a sus hijos para que fueran personas de provecho. Yo no dije nada. Finalmente hablaban sobre los padres actuales que, a pesar de ser universitarios la mayoría, no se preocupan por lo que hacen sus hijos y los dejan desatendidos. Yo no hablé tampoco. Ya no tengo autoridad moral para opinar sobre esos temas y decir, -como decía antes-, que si cuidas bien a tus hijos nunca se meterán en problemas.

Le conté a mi hija mayor que ya no sé de qué escribir en el blog. Me dijo que escribiera sobre su hermano. No me gusta hablar de temas tan personales. Además no me veo capaz de juzgarle. Si sigue ese camino, será porque yo no he sabido transmitirle mis valores, porque no le he educado bien, porque tal vez se ha sentido mal por algo. Yo soy parte interesada en este tema y ya no me resulta fácil opinar. Sin embargo, tampoco es justo que siga afirmando las mismas cosas sin tener en cuenta que mi receta no me ha funcionado, al menos no tanto como yo hubiera deseado. Las circunstancias externas pesan a veces mucho más que años enteros de dedicación, especialmente cuando se trata de adolescentes.

viernes, 4 de junio de 2010

Epidemia de minusválidos

Es cierto que en los centros comerciales suelen reservar demasiadas plazas de aparcamiento para este colectivo de personas, cuando, por desgracia, la mayoría de ellos no están en condiciones de conducir un coche. Sin embargo, esas plazas no quedan vacías, porque parece ser que en España hay un problema de minusvalía "mental" que afecta a muchos; los cuales deciden aparcar lo más cerca posible de la puerta del establecimiento, aunque no tengan ninguna clase de autorización para hacerlo. En otros países, eso supondría que les pusieran una multa, les llamaran por megafonía o les pegaran un adhesivo en el parabrisas. Aquí, no pasa nada.

Es lo habitual en un país donde las normas parece ser que están hechas para no cumplirlas. Sucede lo mismo con el botellón -teóricamente prohibido- y sobretodo cuando lo protagonizan menores de edad. Después nos alertan de los riesgos del alcohol, pero no hay manera de que la policía actúe. Tampoco los guardas jurados de los centros comerciales están dispuestos a jugarse su puesto de trabajo por perseguir la aplicación de la ley. Así nos va en todos los aspectos de la vida cotidiana. La legislación española es papel mojado, pero a nadie le importa la cantidad de dinero que se ha gastado en prepararla y aprobarla.