sábado, 18 de diciembre de 2010

Educación: el síndrome lúdico

(...) "Otro desenfoque típico de la actual educación es el denominado síndrome lúdico. Como ejemplo, valdría el de un colegio público que abría su proyecto educativo con estas palabras: Tenemos como objetivo prioritario el que nuestros niños y niñas sean felices. Además de ser una enorme ingenuidad, tal declaración de intenciones ni siquiera es discutible, pues la actividad principal de un centro escolar no es ni debe ser la lúdica, y menos cuando observamos que el nivel académico de muchos centros está tocando fondo, mientras se convierten en ludotecas o talleres artesanales. Si hace años la inspección o la dirección del centro podían cuestionar al profesor cuyos alumnos a los seis años no leían, en la actualidad se hace sospechoso el profesor cuyos alumnos leen a esa edad: ¿Qué habrá hecho? ¡Cómo les habrá forzado!

El síndrome lúdico, paralelo al desprestigio del esfuerzo personal, tiene raíces profundas en nuestra sociedad. Pues los políticos miran a las personas como votantes, la economía capitalista las reduce a la condición de compradores, y concentra su publicidad en conseguir que sus clientes se hipotequen con tal de llevar una vida desparramada y cómoda. Ello suele conducir a sociedades integradas por tipos humanos adolescentes compulsivos, poco dados a la reflexión, con alergia a la responsabilidad. Esa situación, aplicada a nuestro país, ha hecho decir a Francisco Umbral que en España la gente no es de izquierdas ni de derechas, sino de El Corte Inglés. nos encontramos a unos adultos que son adolescentes, educando a otros adolescentes, todos más o menos dominados por un síndrome lúdico que impide la madurez de los alumnos.

De este síndrome lúdico -o enfermiza obsesión por el ocio y las actividades que conllevan gratificación inmediata- son responsables la dinámica general de la sociedad, los mensajes que incorporan la publicidad y los modelos que consagran los medios de comunicación,; pero también son responsables los padres en la medida en que no saben explicar que el colegio no es una extensión del hogar, y por eso el alumno no puede levantarse, parlotear o mascar chicle según le venga en gana. Ahora el problema es que unos muchachos que aún están por civilizar, que aún no tienen suficientes conocimientos, que emocionalmente apenas se han desarrollado, y que están forzosamente carentes de criterios, de lo único que han sido informados es de la posibilidad que tienen de criticar y denunciar todo aquello que contravenga su proceder." (...)

La Farola. Número 308