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Por eso mucha gente, so pretexto de huir de la confusión, o confesando no entender del tema, renuncia a formarse opiniones propias, a tomar partido, a discurrir en suma, y cae en lo que solemos llamar entretenimientos
No en vano se ha dicho que el aburrimiento es un mal de nuestra sociedades desarrolladas.
Pero el aburrimiento no proviene, como se dice, del hombre vacío que busca el espectáculo el matar el tiempo y que, por lo tanto, no sabe qué hacer cuando nada capta su atención en el exterior.
El aburrimiento es más propio de las personas sobreexcitadas informativamente, que tienen ya dificultades para fijar su atención en algo concreto durante un tiempo algo prolongado.
Evidentemente hay en él, además, otros componentes de la psicología de cada persona, pero no hay que desdeñar el factor del exceso de información.
En cualquier caso, basta con atender al auge de la industria del ocio para comprender que el problema es grave, que millones y millones de hombres renuncian sistemáticamente a estar a solas consigo mismos, a usar su imaginación o su inteligencia fuera de las jornadas laborales, a formarse seria opinión sobre el mundo.
Sin embargo, no todo se olvida o, mejor dicho, nada se olvida del todo.
Los publicitarios y muchas mujeres casadas saben que el éxito de su mensaje dependerá de las veces que consiga repetirlo.
No siempre lo repetido es cierto, como decía Goebbels, pero sí siempre lo repetido se recuerda más.
Y lo que se recuerda con facilidad, automáticamente, tiende a considerarse opinión propia, criterio propio, cuando es, en realidad, un simple mensaje implantado en la memoria con fines no precisamente filantrópicos.
Tales mensajes repetitivos no suelen incluir razonamiento alguno.
Contienen, por regla general, una afirmación antes que una negación y, cuando caen sobre un hombre que tiene ya dificultades para formar sus propias opiniones, las sustituyen insensiblemente.
Incluso los que se consideran inmunes a tales tipos de manipulación no están a salvo de ella.
Piense el lector en un refresco carbónico.¿Verdad que recuerda cierta marca americana? Tal vez no recuerde tan rápidamente la fecha de su boda. Seguro que no conserva memoria exacta del día que empezó su servicio militar. Pero el refresco, sí.
Pues las cosas que se olvidan son peligrosas, pero las que se recuerdan sin querer lo son más. Es así, por contagio, por repetición, como una gran cantidad de hombres tienen una visión tópica de la sociedad en que viven.
Diariamente cientos de medios repiten las ideas, las cáscaras de ideas, sobre las que se asienta la justificación de nuestra sociedad. Y tales ideas tienden a aceptarse o a rechazarse de modo instintivo y visceral, sin que en ello intervenga ningún anterior o posterior análisis.
¿Es éste un panorama desolador? Un mundo de gente que se concentra mal en sus asuntos, que acepta o rechaza en función de sentimientos más que de razones, que mezcla en su concepción del mundo frases publicitarias y que, además, tiene cada vez menos memoria histórica.
Tras una masiva campaña electoral, por ejemplo, tal clase de gente emite su voto.
Y todos somos un poco así.
Después de un mes de propaganda masiva, es difícil para todos recordar cualquier dicho o hecho anterior a la orgía publicitaria ni, mucho más, analizar con claridad las propuestas de los candidatos, si es que éstos se han molestado en emitir alguna en vez de hacer, simplemente, imagen,simpatía; conectar con los sentimientos y no con la razón.
Pero éstos no son más que ejemplos. Lo grave de todos ellos está en la dificultad para distinguir entre si lo que se recuerda es real o no.
Lo grave está en la sospecha de que no exista la sociedad en la que creemos vivir, en que sea una imagen prefabricada y difundida por quienes negocian con la información (por dinero o por poder), superpuesta sobre la sociedad real para darle una apariencia más ética, más humana.
Para disimular el hecho de estar la mayoría sometida a la dictadura de una minoría: aquélla que, por un motivo u otro, difunde la información.
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