Intento no pensar en ello. Me repito que el tiempo pone todo en su lugar. Pero no me sirve, porque conozco un caso en que los años no han cambiado nada. Procuro hacer mi vida como si no existiera, como si la situación fuera normal y no tuviera nada de dramático. Pero es inútil, porque recuerdo perfectamente lo que he perdido y quiero recuperarlo. Hago la vista gorda todo el día. Me muerdo la lengua por no estar todo el tiempo protestando. Me refugio en otras personas y no me doy por aludida. Así han pasado los días, los meses y más de un año, y seguimos igual o peor. Pero, ¿qué puedo hacer yo?. Ya dije lo que tenía que decir, ya hice todo lo que podía hacer. No me queda más que esperar y seguir rezando, y confiar en la fuerza del cariño.
Me niego a amargarme la existencia por los errores de otro. No voy a hipotecar mi felicidad porque alguno no quiera disfrutarla. No voy a estropear mi matrimonio o la adolescencia de mis hijas por algo que está fuera de mi control. Así que, simplemente, procuro no pensar demasiado en ello. A veces me funciona bien y otras no tanto. A veces me vence la desilusión. Tantos años de dedicación, tantas caricias, tanta preocupación y noches en vela. Tantas charlas sobre todos los temas. Tantas tardes de juegos y televisión. Tantos paseos y excursiones. Una gran inversión abocada al fracaso. Me niego a creer que yo haya servido para nada, pero los hechos hablan por sí solos. Me siento tan decepcionada... DeÇu en francés. Bonita palabra para un sentimiento tan duro.