Llega un momento en todas las familias en que, por mucho que nos resistamos a la idea, unos tienen que marcharse para que otros los sustituyan. En la mía, por desgracia está claro que algunos se encuentran ya en la estación, pero sin embargo no parece que la última generación tenga intenciones de propagarse. Mis sobrinos y sobrinas mayores, desde luego, no tienen en mente la idea de formar familias propias, salvo los dos más mayores, que ya pasan de los treinta años. Me pregunto cuántos sobrinos segundos llegaré a tener y cuántos años tendré que esperar a que suceda. Sería una pena que de dieciseis chicos y chicas, sólo surgieran media docena. Sería realmente grave, si eso sucede a nivel nacional.
Es muy duro hacerse a la idea de que va llegando el momento de la despedida, pero los años no perdonan y no es habitual superar los noventa. Al ser yo la pequeña de mis hermanos, digamos que me ha tocado pasar por esto demasiado pronto. Lo que ocurre es que, en unas décadas, será lo habitual que la gente pierda a sus padres antes de disfrutar del consuelo de los nietos, si es que esto sucede. Así que se puede decir que soy un ejemplo de lo que pronto va a ser lo habitual y puedo decir que no es nada agradable. Los niños son la principal fuente de alegría de una vida y, como ya he dicho alguna vez, lo único que compensa el hecho de tener que despedirte de otros seres queridos. Los niños son indispensables.