El problema de ser inteligente (aunque suene soberbio), es que acabas conociendo muy bien a la gente. Eso supone una gran capacidad para ayudar, pero también para hacer daño. En mi caso, me cuesta un esfuerzo no utilizar en ocasiones las palabras que sé que darían en el blanco; así que prefiero callarme. Creo que soy una buena persona, pero todos tenemos nuestros límites; y no puedo negar que, a veces, encuentro un cierto placer en tirar con bala. Precisamente por eso cerré los comentarios. No me parece bien utilizar mis capacidades especiales para el ataque. Es algo parecido al código de honor de las artes marciales: sólo para la defensa personal y en la medida justa para conseguir el efecto deseado.
Lástima que la mayoría no tengan ese sistema de autocontención y, además de la manera más burda, no duden en atacar frontalmente todo lo que se opone a su sistema de creencias. Un sistema que son una serie de consignas aprendidas, sobre las cuales ni siquiera han razonado o reflexionado. Son, simplemente, lo considerado políticamente correcto. Se echan de menos verdaderos rivales que te hagan buscar argumentos sólidos con los que defender tu opinión; en lugar de tener que limitarse a exigir respeto - cosa que, evidentemente, no comprenden -. Durante varios años, en este blog yo disfruté de comentaristas a la altura de las circunstancias, pero me temo que eso pasó a la historia, junto con los buenos modales y el sentido común.