Hablar de política se lo suelo dejar a los expertos, pero hay momentos en los que todo resulta tan evidente que me parece increíble que nuestro país siga prisionero de los mismos estereotipos desde hace un siglo. En EE.UU. y la UE existen partidos políticos de izquierdas, pero son tan moderados que se diferencian poco de los de derechas. De este modo, los votantes tienen realmente la posibilidad de elegir y cambiar de opinión libremente, según las propuestas de cada legislatura les parezcan más o menos acertadas. Esto ocurre porque, tanto unos como otros, tienen una cultura democrática arraigada y no se les ocurre poner a cuestionar la estructura del estado, la versión de los libros de historia o el propio capitalismo, en el cual se basan nuestras sociedades.
Sin embargo, buena parte de la izquierda española es rehén todavía de los principios básicos del marxismo. Aceptan el sistema democrático capitalista porque no les queda más remedio, pero en sus sueños más inconfesables todavía desearían cambiar el sistema político, declarar la revolución proletaria y tomar las calles. Con esa clase de políticos es imposible razonar y llegar a un entendimiento. Son los mismos que, cada vez que llegan al poder, saquean las arcas del estado y luego pretenden que los empresarios cubran sus deudas. Viven prisioneros de una utopía que ya demostró sobradamente su fracaso; y lo peor es que, una y otra vez, consiguen arrastrar con ellos a muchos jóvenes y viejos nostálgicos. Con sus alfileres de rencor sabotean sistemáticamente todo intento de mejorar España, si no es a su modo.