Aunque no soy adicta a Mujeres desesperadas, sí que lo veo con gusto de vez en cuando. Me resulta una serie entretenida y divertida, pese a que ya me he perdido en las tramas sucesivas de las distintas temporadas. Tiene un cierto humor negro bastante inteligente y las historias llevan una moraleja, aunque no sea siempre la que esperabas. El caso es que, frente a Sexo en Nueva York, yo me quedo sin duda con esta serie. Las mujeres de Whiskeria Lane son de carne y hueso. Sufren, se divierten, se enfadan y se reconcilian como todo el mundo. No trabajan habitualmente, aunque están capacitadas para hacerlo. Son, ante todo, buenas amigas que se preocupan unas por otras como si fueran familia. No presumen de ropa, ni van siempre perfectas. No les preocupa su apariencia más de lo necesario, lo cual no impide que cada cual tenga su propio estilo.
No hablan habitualmente de sexo ni de dinero, ni les hace ninguna falta. Sus historias son parecidas a las de cualquier mujer del mundo occidental, con sus éxitos y sus fracasos, y la preocupación natural por sus hijos. En esta serie, sí nos podemos ver reflejadas, aunque, afortunadamente, no nos ronde un psicópata una día sí y otro también. Yo no tengo nada que ver con los deseos e inquietudes de las mujeres de Sexo en Nueva York y no comprendo el éxito que tienen. Sin embargo, Mujeres desesperadas nos enseña cosas sobre la vida normal, sobre la dificultad de aceptar la frustración y el paso del tiempo; y sobre las elecciones que todos debemos hacer en un momento dado, aceptando luego las consecuencias de cada acto. Me alegro de que existan series como ésta.