Dicen los comentaristas deportivos, que el cabezazo de Pujol, impulsó el balón con pasión tal, que el esférico penetro en la portería alemana con la fuerza de un misil.
Lo que los nacionalistas y sus oportunistas socios políticos ignoraban, es que ese misil, perforaría al mismo tiempo la línea de flotación de sus anacrónicas y extemporáneas ideologías, tan alejadas de los sentimientos de la ciudadanía común y corriente; de esa ciudadanía que no goza de poltronas y lujosísimos coches blindados; de esa ciudadanía que no ha sido educada en el odio a sus compatriotas; de esa ciudadanía que no tiene grandes posesiones cuyo origen no se atreven a explicar; de esa ciudadanía que no tiene otro poder que el de su voto en las urnas cada cuatro años; de esa ciudadanía que se levanta a las seis o las siete de la mañana para ir a su trabajo —si tienen la fortuna de conservarlo aún— y producir, para que unos pocos privilegiados se aprovechen de la riqueza que el mismo genera; de esa ciudadanía que no se beneficia de las subvenciones por oportunistas razones de apoyo al poder; de esa ciudadanía que tiene que hacer mil y un equilibrios para pagar su hipoteca, la luz, el teléfono, el agua, el gas, la basura, el impuesto de circulación, el IBI, el IRPF y un rosario de impuestos interminables; de esa ciudadanía que apenas nacidos sus hijos, tiene que, desde primerísima hora de la mañana, dejarles en las guarderías, porque al carecerse de una auténtica política de protección a la familia —salvo la de los que mangonean el cotarro ¡faltaría más!—, forzosamente los dos miembros de la pareja tiene que trabajar, con evidente menoscabo de su vida familiar; de esa ciudadanía que llegan a casa extenuados a la hora de acostar a sus hijos, lo que les impide tener la convivencia familiar necesaria en la que se pueda sembrar la semilla de su formación; de esa ciudadanía que con angustia observa como sus hijos se van empobreciendo intelectualmente a causa de la pésima educación que están recibiendo, con lo que en su día, con muchos y pomposos títulos que no les servirán de nada, con suerte llegarán a ser subalternos de las juventudes de los países de nuestro entorno, muchísimo mejor preparadas que las nuestras; de esa ciudadanía que ve como sus hijos en edad de incorporarse al mundo laboral y labrarse un porvenir, no tienen la menor perspectiva de poder independizarse y formar un hogar; de esa ciudadanía que en plena madurez, cuando más fruto podía dar a la sociedad, se le cercenan todas sus expectativas con el despido o en el mejor de los casos, con una prejubilación anticipada, truncando así de forma traumática, su futuro; de esa ciudadanía que a causa del despilfarro de los mandamases de la cosa pública, ve disminuido su patrimonio y mermado su salario; de esa ciudadanía que después de toda una vida de dar fruto a la sociedad, ve congeladas y amenazadas sus pensiones; de esa ciudadanía que cuando por su edad más lo necesita, va a tener que pagar una sanidad pública que ya pagó cotizando a la SS.SS durante su vida laboral; de esa ciudadanía para la que llegada la senectud, que es cuando más necesita el ser humano el amor, el cariño, el reconocimiento y la ayuda, se le aprobó una Ley de dependencia que al final ha resultado el cuento de la lechera.
El cabezazo de Pujol y el gol de Iniesta, por primera vez en la historia de los mundiales de futbol, hizo posible que la Selección Nacional Rojigualda —la española, no la roja, que ni para hacer demagogia tienen imaginación; la roja es el sobrenombre con el que tradicionalmente se conoce a la selección de Chile— llegasen a conquistar la copa de campeones del mundo, despertando en la generalidad de los españoles, el noble sentimiento de hacer posible el logro de un sentimiento común, representando a nuestra nación; la única que conoce el mundo: España.
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