La fe no se puede explicar, ni se puede contagiar como un virus. La fe se tiene o no se tiene. Algunos darían lo que fuera por conseguirla y otros por librarse de ella. La fe es principalmente poner tu confianza en Dios. Eso no significa que no te vayan a pasar cosas malas en la vida, porque te ocurrirán igual. Significa en que confías en que Dios te ayudará a encararlas lo mejor posible. Supone también que crees que hay un fin último en todo lo que sucede; que las experiencias vienen para enseñarte algo que deberías aprender, a ser mejor, a valorar lo que tienes, a amar a tus seres queridos, y también a los que no te simpatizan. La fe es una apuesta a largo plazo. Aquel que pretende que le solucione la vida de repente, siempre sale decepcionado.
Conocer a Dios es una tarea de toda la vida. Realmente, es soberbia pensar que puedes llegar a conocerlo. Será suficiente si lo comprendes o te limitas a poner tu confianza en Él. Para eso es esencial la oración y la lectura de la Biblia. No digo que no se pueda ser una buena persona de modo absolutamente autodidacta; pero los textos sagrados, -incluso los de otras religiones- son una ayuda fundamental para no perder el camino. Una persona sola tiende a confundirse con sus propias sensaciones y pensamientos derivados de su experiencia vital; mientras que los textos que han guiado a millones de personas durante generaciones conservan todavía todo el sentido y saben transmitirle a cada cual lo que necesita en cada momento, si abre su corazón a la Palabra.