Todas las mañanas salgo para el colegio demasiado pronto. Sé, por experiencia, que si tardo cinco minutos más el tráfico se convierte en una selva. Todos aquellos que han salido con la hora justa conducen por encima del límite de velocidad. En las rotondas compiten en exhibiciones de destreza y reflejos que, de vez en cuando, acaban mal. Se empeñan en adelantar aunque sea por la derecha, como si fueran a recuperar el cuarto de hora que les hace falta, y no apenas un par de minutos, con suerte.
Un poco más tarde, la paz regresa a mi pequeña ciudad y los habituales nos movemos sin prisa por las calles solitarias. Pero no puedo evitar recordar que ya ha habido varias muertes por atropellos y las seguirá habiendo si no cambian de mentalidad. Cinco minutos antes en el despertador, pueden ser la diferencia entre todo y nada. Además, vivir con ese stress continuo perjudica gravemente la salud. Necesitamos bajar el ritmo y concentrarnos en hacer menos cosas, pero mejor; empezando por proteger nuestras vidas y la de los demás.