A pesar de la Fé, a veces me siento como si estuviera sola en un túnel del que no se ve el final. Entonces, nada tiene sentido, ni lo que he vivido antes ni lo que pueda vivir después. Mi mundo se reduce al momento presente. Mi mente gira alrededor mío y pienso si vale la pena continuar. En ocasiones, me vuelvo una gran egoísta y no deseo más que poder cerrar los ojos y dormir para siempre. Si, en esos momentos de mi vida, apareciera una mano ¿amiga?, y me dijera: ven conmigo, yo te ayudaré a no pensar, a no sentir; tal vez estaría tentada de firmar donde hiciera falta, por desaparecer y dejar de encontrarme a oscuras y perdida. En ciertos momentos, me siento incluso incapaz de rezar, -no sé por qué-, y me falla el consuelo de la oración. Pero yo sigo intentándolo, aunque una parte de mí me siga diciendo: déjalo, no vale la pena, déjate llevar por tu desidia hasta donde quiera llevarte. Jesucristo no quería morir. Se entregó a la muerte amando la vida.
Eso sin estar realmente enferma... Si, además de todo ello, estuviera impedida o tuviera dolores; con más razón, desearía tomar el camino de la desesperación. Pero, existe una medicación para estos casos. Si no fuera así, si dejáramos que la administración "ayudara" a todos los que desean, en un momento dado, quitarse de enmedio, ¿cuánta gente quedaría en nuestro país o en el resto del mundo?. El suicidio es una de las principales causas de muerte. La depresión es una de las primeras enfermedades en el ranking de las que afectan a la humanidad. No podemos optar por el camino fácil. Ayudar a un depresivo es algo duro y difícil, pero dejarle ir es ser cómplice de su asesinato. Negarle la atención psicológica que necesita, sabiendo que es posible; siempre será un delito contra la persona, por mucho que algunos quieran disfrazarlo de libertad de elección o de piedad. No hay compasión en abandonar a alguien en el túnel.