Aqui os dejo un articulo de Antonio Orozco, publicado en Arvo.net
BUSCADORES “EN” LA VERDAD
No es infrecuente toparse con cierto tipo de intelectuales que se definen a sí mismos como “buscadores de la verdad”. Estiman que es éste un noble título, digno del hombre, aureola del pensador profundo. Y, en efecto, buscar la verdad es tarea específica humana, y apasionante, por ardua que resulte algunas veces. Entenderse como “buscador de la verdad” ya es reconocer el orden esencial del entendimiento a la verdad.
Pero cuando se hurga en el espíritu de los que se definen de tal modo, en ocasiones, se descubre una actitud escéptica, una inteligencia prematuramente cansada, una inquietud superficial, frívola; una búsqueda que, en el fondo, no desea hallar, porque se temen las exigencias de la verdad. El encuentro con la verdad reclama una conducta noble, el abandono de bajas pasiones, el esfuerzo por obrar el bien, y esto no siempre resulta cómodo, aunque, como hemos visto, sea el único camino hacia la perfección de la libertad y de la plenitud humana. El “buscador incesante de la verdad” suele ser “aperturista”, pero en un sentido equívoco, es decir, sostiene que hay que estar siempre “abierto”, pero no al descubrimiento de una verdad más, sino a cualesquiera nuevas corrientes de opinión que nos traen los tiempos nuevos, a toda ideología, a todo tipo de costumbres. Si alguien se atreve a manifestar una convicción íntima, la realidad de una determinada verdad, una certeza absoluta e inamovible, el “aperturista” -el buscador incesante de la verdad- opondrá argumentos corno éstos: ” ¡ No sea usted tan cerrado!”, o bien: ” ¡Hombre, sea usted un poco más abierto!”
¿Quién no ha sentido cómo el calorcillo, con el rubor, asciende hasta la punta de las orejas ante objeción tan radical, tan contundente? Si usted se atreve a replicar: “Es que yo sé que esto es así, es que yo sé que esto es verdad”, el aperturista goza también del recurso de Pilato : “Pero, ¿qué es la verdad?” Y el aperturista quizá deje la pregunta en el aire y se marche sin esperar respuesta, no sea que la haya. Me pregunto qué sucedería si anduviéramos siempre con la boca abierta. ¿El “aperturismo bucal” no es un claro síntoma de deficiencias graves o lastimosas, seguramente mentales? Pienso -como Chesterton- que si es preciso abrir la boca de vez en cuando, no es para otra cosa que para cerrarla sobre algo sólido, consistente, nutricio.
También para hablar (para expresar el logos mental) se requiere abrir la boca, pero no cabría signo inteligible sin cerrarla a menudo. La mente necesita también nutrirse con el alimento que le es propio: la verdad. Ha de abrirse para hallarla, pero también cerrarse para deglutirla y asimilarla. De lo contrario, la anemia espiritual sería inminente, y segura la muerte del espíritu por inanición. Esta es la suerte del aperturista que niega la verdad con los hechos o, simplemente, nunca la encuentra de su gusto y renuncia a ella incesantemente, como si la verdad fuera cosa de gustos.
La mente debe abrirse para hallar la verdad; una vez hallada -cosa más fácil, en las cuestiones fundamentales, de lo que supone el aperturista-, se clausura para asimilar bien (no se puede pasear uno ante la verdad como el paleto en el Museo del Prado). Y si se debe abrir de nuevo, no es para vomitar la verdad ya poseída, sino para enriquecerla con nuevas verdades, que, si son ciertamente verdad, no se opondrán a la primera, antes bien la iluminarán más todavía. Pero esa nueva luz más poderosa no surgirá sin antes haber cerrado la mente con la voluntad, con una voluntad que ame tanto la verdad nueva como la antigua y que, por ello, determine el asentimiento de la mente a lo que ha comprendido ser verdad incuestionable. Sin esa fijeza en lo que es verdad, sin ese inmutable asentimiento, el hombre no pasa de ser una cabeza vacía, siempre estupefacta, de la que puede esperarse en cada instante cualquier desatino.
El “aperturismo” aquí presentado es un claro síntoma de languidez espiritual, cuando no un estado patológico de la mente que se instala morbosa en la duda; la cual, por lo demás, preciso es reconocerlo, tiene la ventaja de zanjar cualquier compromiso. La apertura razonable es la del que nunca se niega a reconocer una verdad, venga de donde venga, de los contemporáneos o de los más antiguos pensadores, pues una verdad descubierta, si es verdad -si es afirmación conforme a la realidad-, será verdad siempre. Pero, vayamos por pasos. Proclamemos que el hombre ha de ser “buscador incesante”.
Pero en ningún momento somos buscadores sin que conozcamos ya qué es la verdad en general y un buen puñado de verdades fundamentales. Desde el instante que nos proponemos buscar, sabemos que la verdad es lo que es, como asienta la definición clásica, la de Agustín y de Tomás; y que, siendo verdad, sigue siendo verdad, aunque se piense al revés, por decirlo al modo de Machado. Sabemos que las cosas son, y que son de tal modo, que nosotros podemos conocerlas; y que las conocemos de tal manera, que nuestro conocimiento las deja intactas; que son como son y sería vano pretender transformarlas con el pensamiento, justo porque son como son, con independencia de que yo las piense o no. Sabemos que nuestro entendimiento alcanza la verdad de las cosas y su propia verdad, cuando conoce conforme a la realidad.
Todo ello es ya una importante sabiduría que nunca poseerá el animal y, sin embargo, nosotros la tenemos desde nuestra infancia, desde el momento en que nos proponemos conocer o averiguar algo. Desde entonces somos ya virtuales conocedores de toda verdad asequible a la humana razón. Sabernos que las cosas son, y que nosotros somos y que podemos ir conociendo las cosas. No somos, por decirlo gráficamente, buscadores “de” la verdad (como si la buscáramos antes de conocer, partiendo de cero), sino buscadores “en” la verdad, que procedemos desde evidencias inmediatas a verdades más hondas y complejas.♦
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