"En su libro Por qué el Estado sí es el problema. Una defensa católica de la economía libre, el sr. Thomas E. Wood refiere una anécdota parlamentaria que ilustra los efectos devastadores que el Estado del Bienestar tiene, a la larga, en la institución de la familia. El Parlamento inglés debatía, en una sesión de mayoría laborista, hacia los años 70 del siglo XX (cito de memoria el relato del sr. Woods) , una moción para aumentar la dotación de las ayudas a los ancianos dependientes. La ponente laborista defendió el incremento de los fondos, apelando en su intervención a los sentimientos humanitarios de los miembros de la Cámara y poniendo a su propio abuelo, según dijo en situación de abandono, como ejemplo de un sector de la población que merecía más ayudas del Gobierno. La respuesta del portavoz del Partido Conservador fue letal: “Debería darle vergüenza, venir a esta Cámara a pedir más dinero a los contribuyentes para su abuelo, en vez de evitar personalmente su situación de abandono”.
Creo que el caso ayuda a comprender cómo actúa a la larga el llamado Estado del Bienestar: disolviendo los lazos de solidaridad interna que configuran la familia; entregando al Estado el control sobre la vida de los miembros más vulnerables; incentivando las rupturas familiares que permiten disfrutar de políticas de discriminación positiva; creando formas de dependencia del Gobierno que derivan en prácticas clientelares y en limitación de la soberanía individual; estimulando el fraude y el parasitismo contra los contribuyentes, que pagan cada día más impuestos para sostener una burocracia asistencial cada vez más ineficiente y corrupta; fomentando la eugenesia mediante legislaciones y fondos para el aborto, mientras los incentivos a la natalidad se reducen o son reemplazados por mecanismos disuasorios;…
Allí donde el Estado del Bienestar es más fuerte, también lo es el Gobierno y la familia es más vulnerable. También es un hecho empírico que en países con un Estado del Bienestar más fuerte y una institución familiar más debilitada (entre otros, los países nórdicos de Europa), el individuo es más infeliz y hay una mayor tasa de suicidios. Creo que los católicos deberían (deberíamos) tener en cuenta estos datos al defender la institución de la familia frente al concienzudo desmantelamiento del que es objeto por parte de las políticas colectivistas del Gobierno y de la Unión Europea. Está muy bien celebrar el amor familiar como hemos hecho este domingo en la multitudinaria fiesta convocada por el Arzobispado de Madrid. Pero conviene no perder de vista que la corrosión ha empezado por la base material de la familia, empobreciéndola y volviéndola más dependiente del Gobierno; dependiente no sólo en la educación de los hijos, en el desarraigo de toda tradición, en la selección de los que nacen, en la relación de padres e hijos, o en la solución final para los ancianos (incluida la eutanasia), sino en la disposición de los medios de subsistencia material.
El socialismo es una concepción materialista del hombre al que hay que oponer una alternativa antropológica que incluya una legitimación de la propiedad privada y de la saludable riqueza creada con el esfuerzo personal. Si no se entiende esto, si no se percibe que el socialismo viene con el timo de la justicia en una mano y el puñal del alma en la otra, si no se defiende la riqueza con el mismo vigor intelectual con que se defiende la libertad para educar a los hijos, o el derecho a la vida, entonces, acabaremos viendo con naturalidad que los hijos abandonen a los padres en manos del Estado, como hizo la diputada laborista citada por el sr. Woods en su certera defensa de la economía libre desde una perspectiva católica.
Blog de Víctor Vago
27 de diciembre 2009