Soy una gran defensora de la idea de que por la manera de conducir se conoce a las personas. Por desgracia, la mayoría dan la impresión de estar terriblemente estresados, pero de vez en cuando te encuentras a alguien que te cede el paso y te alegra el día. Yo creo que viene a haber un veinte por ciento de egoístas, un sesenta de indiferentes, que sólo van a lo suyo y otro bendito veinte por ciento de gente decente. Junto a mi casa hay un cruce complicado y lo compruebo cada mañana.
En cuanto a nosotros, es curioso, porque mi marido da la impresión de persona seria y controlada, pero, como yo le digo, conduce como un adolescente. No en el sentido de que vaya como loco, sino que practica una conducción deportiva muy juvenil. No hay cosa que más le guste que adelantar por el carril derecho (sin peligro) o meterse entre dos autobuses. Yo lo paso fatal, pero tiene muy buenos reflejos. Todo lo contrario que yo, que no me atrevo a salir de mi ciudad.
Sin embargo, yo también saco el carácter en el coche. No, no me dedico a insultar a nadie. Me refiero a que soy escrupulosamente respetuosa con las normas de tráfico. No paso nunca de cincuenta kilómetros por hora en zona urbana, paro en los pasos de cebra y demás. Pero si llego a la rotonda y me puedo meter entre dos coches, o en el cruce tengo diez segundos para pasar acelerando a tope, ahí estoy yo. Y el caso es que paso miedo, pero lo hago, porque de otro modo estorbaría al tráfico.
Así que, realmente creo que nuestra persona de conducir refleja la personalidad. Ni mi marido es una persona tan formal, ni yo soy tan cautelosa. Él conserva un temperamento juvenil y yo el arrojo que tenía cuando éramos novios y decíamos una mañana: nos vamos a Londres, pues nos vamos, y no lo pensábamos más. En el fondo seguimos siendo los mismos aventureros, aunque ahora la aventura sean nuestros hijos y la defensa de nuestros valores.